Reconozcámoslo. Las mujeres no estamos hechas para fiestas.
¿Realmente es posible? Esta es la pregunta que llevo haciéndome yo desde principios del mes pasado.
Los niños (sean propios o ajenos), sus caras de fascinación al mirar a su alrededor (lo que también nos fascina a nosotras por alusiones), el amplísimo abanico de luces de colores, las canciones (algunas desfasadas y otras sin sentido lógico ni práctico), la comida (el exceso de ella, más bien), los madrugones para aprovechar bien los días, trasnochar con la esperanza de levantarse más tarde de lo habitual (sin éxito, claro), el perro (quien lo tenga, que es mi caso), las visitas (obligadas), las sonrisas (muchas forzadas), el deporte (por compensar, por supuesto, al menos para aplacar los insistentes gritos de nuestra sabia mente), los "claro que sí, guapi" (con sus consecuencias), la bebida (si es que eres dado a ella), las idas y venidas, las bromas (algunas sin gracia), los "pelazos", los intentos fallidos de pintarte igual la raya del ojo derecho que la del izquierdo, los brilli-brilli, los disfraces, los pompones (quien se atreva con ellos), la locura total, el infierno, el caos, el coma permanente. El fin.
Las mujeres estamos hechas de una pasta distinta a la de los hombres. Somos capaces de hacer diez cosas a la vez y, además, de ejecutarlas bien. Los hombres, en cambio, intentan hacer dos cosas a la vez y se aturden. Por eso ellos siempre están presentables. Sin estrés, no hay signos de fatiga. ¡Y es sumamente envidiable!
Sin embargo, ser mujer y parecerlo es algo bien distinto. ¡Es cierto! Somos capaces de cocinar, atender a los niños, escuchar al marido, recoger la casa, hablar por teléfono, contestar las demandas de nuestra madre, ponernos los rulos y distribuir mentalmente nuestra agenda al mismo tiempo. Ahora bien, no somos capaces de arreglarnos con cierta decencia (después de todo ese trajín) ni aunque nos fuera la vida en ello. Parecemos muñecos despeluchados sin gracia; como si nos hubiera chupado la cara una vaca de arriba abajo, hubiésemos girado cien veces sobre nosotras mismas y nos hubiesen apuntado con un secador a su máxima potencia durante horas. ¡Y eso con suerte!
Yo voto por la happy-hour de la mujer, la obligada por convenio, la regulada en la constitución (después de la igualdad en el matrimonio), la exigible en el hogar. Yo voto por un momento para nosotras. ¡Solo un momento! ¡Uno solo!
Yo voto por descansar en su más amplio significado. En realidad, votaría solo por eso.
¿Dónde quedaron las salidas nocturnas con las amigas? ¿Las escapadas a Baqueira? ¿Las interminables copas de champán? ¿Las sesiones de belleza en el spa de turno? ¿Dónde quedó nuestro "yo" feminista? ¿Nuestro par de horas (o más, si una es torpe como yo) para pintarnos el segundo ojo igual que el primero? ¿Nuestros alisados de pelo para después ondulárnoslo con las pinzas (no las de la ropa, claro)? ¿Dónde quedaron las cenas en restaurantes de lujo con nuestras amigas (en plan Sexo en Nueva York) sufragadas por nuestros maridos (si no, ¿de qué?)? ¿Dónde quedaron nuestras horas de sueño? ¿Nuestros hobbies? ¿Nuestras metas? ¿Nuestra paz (interior y exterior, ojo)?
Cuanto más lo pienso, más convencida estoy de que las mujeres necesitamos una hora al día -al menos- para nuestro cuidado personal, mental, corporal y todo lo que acabe en "al" (excepto ventanal, que eso no tiene sentido). Si me apuráis, estoy convencida de que incluso necesitaríamos un hombre-para-todo durante la happy-hour: chófer, animador, adulador, cargador de compra (y no la de la despensa), todo en uno.
Ya estoy visualizándolo. Nuestros nenes en casa cenados y acostados, nuestro maridito en el sofá con el partido de fútbol de turno, nuestro perro sacado y dormido y nosotras con nuestra "coach" encerradas en su salón de belleza, recreándonos, reinventándonos, rejuveneciendo, reviviendo, siendo personas, sintiéndonos mujer (otra vez, y no como aquella vez que nos bajó la regla por primera vez y casi nos da un pasmo cuando creíamos que nos estábamos desangrando vivas). ¡Gloria bendita! La happy-hour, claro, no la regla. Que ésa es una puñetera.
En fin, creo que voy a escribir mi propuesta al gobierno para que modifique la Constitución, que desde 1812 han cambiado muchas cositas y apenas se nota.
Además, para reforzar mi propuesta, voy a escribir a la RAE para que acepte como nueva palabra "hodemu" o, según su definición, "hora-de-mujer". Esta propuesta no la veo complicada. Si han aceptado "almóndiga", "toballa", "murciégalo", "albericoque" y "asín" como "palabros", ¿por qué no debería hacerlo con "hodemu"? Solo espero que quien tenga que aceptar el nuevo término propuesto, esté igual de ebrio que cuando aprobó las otras. ¡Mandaría "uebos" que no lo hiciera!
En fin, os dejo, que esto de luchar por nuestros derechos da mucho trabajo. Además, ya tengo ganas de celebrar mi victoria con un "güisqui" doble. ¡Salud!
No hay comentarios:
Publicar un comentario