domingo, 19 de febrero de 2017

A mis herederos

 
Nunca dejará de sorprenderme cómo la pérdida de una persona, joven o senil, sana o enferma, cuerda o demente, cambia a sus allegados, sean éstos hijos, padres o cónyuge. ¡Ya ni digamos familiares más "lejanos"! Me pregunto, no obstante, si sus animales de compañía perciben esa pérdida del mismo modo que ellos y me entristece saber que, con seguridad, no es así.

 
 
Puesto que me rompe el corazón imaginar a mi pequeño peludo en manos del destino, si a mí me ocurriese algo, cosa que evidentemente sería inevitable, solo hablaré aquí de mis herederos "humanos". Lo haré a grandes rasgos, por supuesto, y en el sentido -espero- que mejor pueda expresar con palabras.
 
 
No soy poseedora de costosas pertenencias materiales; mantener un barco me parece en exceso oneroso y ser propietaria de un maserati o un lamborghini no entra en mis planes más cercanos, así que -salvo lo esencial- no poseo más que lo que veis.
 
Por fortuna, soy racional en este tipo de circunstancias (para todo lo demás, soy contradictoriamente pasional) y me mueve más lo práctico a lo ilógico. Así pues, con toda seguridad, si me muriese mañana (hecho que espero con total firmeza que no ocurra bajo ninguna circunstancia), mis herederos se sorprenderían al leer mi testamento.
 
Sí, tengo testamento.
 
 
A pesar de tener solo %$@|¬)"! años de edad, tengo testamento. Y os preguntaréis, ¿por qué? ¡Con lo jovencísima que eres! ¡Con lo guapísima, divertidísima y simpatiquísima que eres! Bueno, esto último a lo mejor no os lo habéis preguntado pero -seguramente- porque no me conocéis.
 
Para la primera cuestión, en cambio, tengo varias razones de peso que os ayudarán, sin duda, a poneros manos a la obra en estas cuestiones también:
 
Primero. Porque hacer testamento en vida minimiza los costes, el papeleo y el tiempo de agonía a los allegados después del fallecimiento. Y si soy sincera con todos vosotros, si puedo paliar de alguna manera el dolor de mis familiares cuando yo fallezca, lo haré. En la medida en que me sea posible, claro.
 
Segundo. Porque hacer testamento en vida da la oportunidad al testador de elegir sus herederos, siempre que se respeten los herederos forzosos que indica el Código Civil y su legítima. Así pues, si quiero nombrar heredero al vecino del séptimo porque siempre me ha dado azúcar y huevos cuando se lo he pedido -tras respetar esa legalidad- así será.
 
 
¿No estamos siempre en continua lucha por el poder de elección? ¿No estamos siempre insistiendo en que queremos ser nosotros, y no otros, los que tomen decisiones sobre nuestras propias vidas y nuestro futuro? Pues ésta es vuestra oportunidad. ¡Da igual la edad que tengáis, siempre y cuando seáis mayores de edad! ¡Da igual las posesiones que tengáis! Lo importante es minimizar, facilitar y decidir, en ese orden:
- Minimizar daños.
- Facilitar la pérdida.
- Decidir sobre vuestras pertenencias.
 
 
Tercero. Porque creo en los buenos corazones. Así de simple. Creo en el amor sincero, en la entrega desinteresada y en el afecto transparente, sin secretos ni caras oscuras. Y puesto que creo en ello, me siento en la obligación de agradecer de algún modo ese altruismo, de indemnizar mi posible pérdida con una cara diferente a aquellos que creyeron en mí, más suave y fresca.

La ley de vida dice que la lógica de la línea cronológica de óbito familiar debería ser similar a la de nacimiento. Sin embargo, nadie sabe nunca cuándo le caerá una maceta en la cabeza que le parta en dos o cuándo una enfermedad le arrebatará con desidia hasta el último hálito de vida. Así pues, es mejor prevenir que curar.


Dicho esto, añadir que mi testamento ha sido redactado con buen juicio, con demasiada lógica y desde el corazón. Y aunque me gustaría haber nombrado a algunas personas más en él o haber realizado el "reparto" de otra manera, me siento en la obligación de confesar que no ha sido posible por las razones expuestas.

Me entristece pensar, para terminar con este legado en vida, que -si mañana muriese- no he podido confesar todo lo que siento a aquellas personas que amo. Así que, si me lo permitís, voy a utilizar este medio para sincerarme con ellos, así perdurará para siempre y podrán leerlo cuantas veces lo deseen.


Queridísima familia:

Sé que mi pérdida ha sido inesperada, tanto que seguramente aún estéis en shock. No os preocupéis, estoy bien. Aquí, donde estoy ahora, estoy bien.

Me gustaría tener algo de sangre cinematográfica americana en mis venas para animaros a celebrar mi marcha con música, buen vino y risas, pero seguramente penséis que estoy más loca de lo que creíais y no me hagáis ni caso. Sin embargo, sí os animo a coger dinero de mi cuenta (si es que hay) y hagáis una escapadita juntos en mi honor, aunque sea a una casa rural en Cuenca o a una casona perdida en las montañas de Segovia. El caso es estar juntos, en familia. Eso sí me haría feliz. Y yo, desde donde estoy ahora, podría veros.

No lloréis por mí. No lo hagáis. En mi corazón, siempre os veré riendo, cantando, bromeando, gritando (ese geeeeeeen)... No puedo estar más orgullosa de pertenecer a una familia como lo estoy de pertenecer a la nuestra. ¡Sois geniales! ¡Únicos! Y ni siquiera las palabras podrían expresar lo que cada uno de vosotros significáis para mí. De verdad que no.

Papá, ¡¿qué decirte?! Has sido el pilar más importante de mi vida, mi fuerza, mi aliento, mi equilibrio, mi razón, mis ganas, mi todo. Te echaré de menos, sin duda. Y aunque una parte de mí siempre se quede contigo ahí abajo, sin duda la otra te estará esperando donde estoy ahora. Por favor, no tengas prisa por venir, ninguna. Disfruta, vive, ríe, sé feliz. Te lo mereces. ¿Cómo podría yo ser feliz si te das por vencido ahora? Disfruta de tus nietos y anímales, junto a tus hijos, a ser felices en la vida como tan bien hiciste conmigo. Sin duda, eres un gran padre. ¡El mejor! No puedo expresarte con palabras lo que significas para mí. Tendría que inventar palabras para poder expresar de algún modo lo que tú, padre, confesor, amigo, persona, has simbolizado en mi vida; la luna en mi noche, las vías de mi tren, el norte en mi brújula. Te quiero, te quiero muchísimo.

¡Qué maravilloso ha sido formar parte de una familia numerosa! ¡Qué gratificante ha sido tener cuatro hermanos! Las peleas, las discusiones, las guantadas con la mano abierta quedaron en divertidas anécdotas que hemos contado más de una vez para animar quedadas. ¡Qué bien nos lo hemos pasado! ¡Cómo hemos disfrutado! ¡Qué grande haber sido cinco! ¿Y qué deciros? La esencia ya la sabéis: vivid, disfrutad, reíd, enamoraros, haced locuras, cantad, saltad, volad, soñad... ¿Para qué está la vida si no para gozarla? Apoyaos unos a otros, quereos, respetaos. No sabéis lo afortunados que sois de poder contar siempre con otras personas de vuestra misma sangre en vuestras vidas. No sabéis lo venturosos que sois de poder teneros. Daría un brazo por volver ahí abajo y tener una nueva oportunidad de demostrároslo, de achucharos, de haceros reír de nuevo. De verdad que sí. Os quiero, os quiero muchísimo. A todos.

Ay, mis pequeñitos, mis tesoros. ¡Cómo os echaré de menos! Desde mi preferida hasta el más pequeño de vosotros. Os adoro. Vosotros, los cinco, robasteis mi corazón incluso antes de nacer. Desde el primer día que os vi, con esos piececitos tan pequeños y esos manitas tan arrugaditas, fui vuestra. ¡Erais tan pequeños! Es ley de vida que os hagáis mayores y tengáis vuestra propia vida pero, egoístamente, me encantaría meteros en una bolita de cristal y teneros solo para mí. Disfrutad del rockandroll, de las tortitas con nata y del buen café. Reíd mucho, muchísimo, hasta que os duelan las tripas. La felicidad es la mejor de las medicinas y una sonrisa no puede arrebatárosla nadie. No estoy apenada por no haber conocido al quinto porque una de las ventajas que tenemos los que estamos al otro lado es que todo lo vemos. ¡Es precioso! Os lo prometo. ¡Guapísimo! Será más calmado que su hermano pero también dará guerra. ¿Quién dijo que vuestra vida sería aburrida?

A mi familia, mi gran familia, hermanos políticos, tíos y primos: vivid cada día como si fuese el último. No guardéis rencores, reíd de todos los chistes (hasta los malos) y comed todo el chocolate que podáis. Al fin y al cabo, la vida son dos días y pasan de deprisa que da gusto. Cuando os queráis dar cuenta, estáis más arrugados que una pasa y andáis a trompicones por la flojera. Os adoro y también os llevo en el corazón. A todas partes. Siempre.

A mis amigos les perseguiré en sueños. Siempre hemos bromeado sobre eso, así que me parece justo hacer una o dos apariciones y darles el susto de sus vidas. Si no me es posible, bueno, al menos dormiréis con un ojo abierto a partir de ahora con tremenda noticia. Estad tranquilos que a vosotros no os espiaré desde aquí arriba. Eso sí, ojito con lo que hacéis. Ya sabéis que yo tenía un destino para cada uno de vosotros y, aunque sea a base de sustos, vaya que lo conseguiréis. Sobre mi cadáver.

Deciros a todos que soy feliz aquí arriba. Hay café, buen rock y muchísima gente haciendo locuras, así que estoy en mi salsa. No os preocupéis por mí, en absoluto. Estoy bien, de verdad que sí. Disponed de mis bienes como buenamente podáis. ¡Ah, por cierto! Quiero poner en práctica lo que vi en la película Ghost así que si os doy algún que otro sustillo...en fin, dadme tiempo para acostumbrarme.

¡Os quiero!

 

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