La pasada tarde estuve tomando unas cuantas tazas de café con una amiga y, entre los placenteros sorbos de la estimulante bebida tostada y alguna que otra confidencia de poca importancia, me confesó que se declaraba una auténtica sapiosexual. Al principio, pensé que estaba loca pero luego me di cuenta de que hablaba completa e indiscutiblemente en serio.
"En serio, nena" me dijo en uno de los momentos más álgidos de la conversación, "cuando aquel hombre empezó a hablarme con esa minuciosa -y a la vez natural- conjugación de palabras, no pude evitar gemir de excitación". Yo me quedé completamente anonadada con esa confesión, sin palabras (y eso es muy difícil en mi persona, lo digo). "Por poco no me arrojo a sus pies allí mismo como una posesa" concluyó abanicándose con la mano en un gesto grotescamente calculador que, sea dicho de paso, no le pega nada.
Yo quiero mucho a mi amiga pero, seamos sinceros, la mayor parte de las veces parece más andaluza que madrileña pues tiende a exagerar situaciones, sentimientos y cualquier otra causa que se le pase por la cabeza de manera inquietantemente innata. Tienes que estar muy atenta para saber en qué grado de exactitud te habla de las cosas; tarea realmente agotadora, la verdad. Si te despistas un solo instante, caes por completo en sus inflamados contrasentidos.
Como os decía, mi alocada amiga se había manifestado fan número uno de la sabiduría del sexo opuesto como principal factor de la seducción. Es más, según ella (y cito textualmente): "me hubiese dejado llevar por mis instintos más carnales si no fuese porque ese hombre en concreto era un cliente en potencia de mi empresa".
¿Entendéis ahora lo que quiero decir? ¿Quién en su sano juicio querría arrojarse a los pies de nadie solo porque la fortuita elección de palabras en un momento determinado había sido más que acertada? ¡Por favor! ¡Seamos coherentes!
Sin embargo, mi amiga, que es muy dada a psicoanalizarse a sí misma y las vivencias que la competen (de hecho, es dada a psicoanalizar cualquier circunstancia que la rodee, le afecte a ella o no), entró en estado de puro estupor (en sus propias palabras: pánico escénico) cuando, traicionando sus propios principios y en un arranque de emancipada sinceridad, le confesó al susodicho la recién descubierta revelación.
El hombre que, al parecer, no supo cómo reaccionar ante semejante confidencia y sin entender un ápice de lo que la exuberante mujer que tenía frente a él quería decir con aquello (sí, mi amiga está buena, muy buena), vislumbró de repente una oportunidad única -entre millones- de poder llevarse a aquel ángel moreno a la cama (¡Santa María Purísima!). Evidentemente confundido con la terminología empeñada por ella y por el significado de la misma y deseando alcanzar cuanto antes su objetivo recién establecido, comenzó a soltar frases sin ton ni son sacadas del mismísimo libro de la jerga administrativa; incomprensibles para nadie de la raza humana (salvo él, supongo).
Mi amiga, hinchada como estaba como un globo, fue aguijoneada por la mismísima aguja de la barahúnda. Y desencantada como solo se puede estar en una situación similar (según ella, "ojalá hubiese contado en ese momento con algún poder sobrehumano que me hubiese concedido la capacidad de exterminar a hombres como él"), regresó a su despacho decepcionada, desconcertada e inquietamente pensativa con respecto a la decisión de declararse abiertamente sapiosexual.
Esta conversación me dio qué pensar, mucho. Al igual que mi amiga, yo también despedazo cada situación, cada conversación, cada frase, cada palabra que vive mi persona (Dios las cría y ellas se juntan, lo sé) en busca de una explicación coherente que aplaque mi mente inquieta (sea ésta cierta o no, también lo digo).
Sin embargo, en esta ocasión en concreto y después de analizar todo a pie juntillas, solo pude aclarar un puñado de verdades que, en un arranque de valentía, voy a plasmar aquí:
Primero, aquellos seres extraordinarios descrito a sí mismos como sapiosexuales existen. Solo tienes que saber estar atento y escucharles.
Segundo, hay una diferencia abismal entre sapiosexual y sabelotodo. El sapiosexual es el hombre que pudo retozar (o no) el pasado jueves con un ángel caído del cielo (mi amiga) si hubiese continuado siendo él mismo. El sabelotodo, en cambio, es el hombre que -impulsado por las prisas de consumar el acto sexual con formidable ninfa- se tuvo que conformar con jugar a un cinco contra uno, y solo (claro).
Tercero, creo que yo también soy una sapiosexual. Sin embargo:
a) No voy a confesárselo a mi amiga por los riesgos que podría sufrir mi persona si lo hiciese (seguridad vital).
b) No voy a confesárselo a ningún hombre. Mejor calladita si quiero un buen retozón con algún que otro de estos seres en extinción.
c) Si has leído todo este post, te aviso: bórralo de tu memoria. Yo sí tengo un súper poder capaz de exterminar.
Sin embargo, en esta ocasión en concreto y después de analizar todo a pie juntillas, solo pude aclarar un puñado de verdades que, en un arranque de valentía, voy a plasmar aquí:
Primero, aquellos seres extraordinarios descrito a sí mismos como sapiosexuales existen. Solo tienes que saber estar atento y escucharles.
Segundo, hay una diferencia abismal entre sapiosexual y sabelotodo. El sapiosexual es el hombre que pudo retozar (o no) el pasado jueves con un ángel caído del cielo (mi amiga) si hubiese continuado siendo él mismo. El sabelotodo, en cambio, es el hombre que -impulsado por las prisas de consumar el acto sexual con formidable ninfa- se tuvo que conformar con jugar a un cinco contra uno, y solo (claro).
Tercero, creo que yo también soy una sapiosexual. Sin embargo:
a) No voy a confesárselo a mi amiga por los riesgos que podría sufrir mi persona si lo hiciese (seguridad vital).
b) No voy a confesárselo a ningún hombre. Mejor calladita si quiero un buen retozón con algún que otro de estos seres en extinción.
c) Si has leído todo este post, te aviso: bórralo de tu memoria. Yo sí tengo un súper poder capaz de exterminar.
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