Es arrolladora la complicidad que podemos llegar a tener con una hermana. Con tan solo mirarla a los ojos podemos saber qué piensa o qué siente. Es increíble el cariño que la profesamos. La admiración, la adoración y el deseo de protección que la tenemos. Pero, sobre todas las cosas, es indescriptible la compenetración que tenemos con ella; un huracán de amor y odio juntos que, por separado, no significan absolutamente nada.
Yo adoro a mis dos hermanas. Reconozco (y ellas me lo recuerdan a la mínima oportunidad) que de pequeña yo era un auténtico latazo. Llorona, caprichosa y contestona, siempre quería salirme con la mía. Sin embargo, y a pesar de haber sido tan molesta y enredona (soy la más pequeña de las tres), ellas siempre estaban orgullosas de llamarme "hermana". Hoy por hoy ese orgullo ha crecido.
Siempre me he considerado una payasa. La graciosilla de turno que, en el momento menos indicado, soltaba una gracia sólo por el mero hecho de alegrar el ambiente. Cuando tus hermanas se ríen de esas gracias inoportunas es cuando te das cuenta de que te quieren de verdad porque, sinceramente, las gracias tenían de todo menos gracia. Al menos, en esos momentos.
Aún recuerdo las noches en vela que hablábamos sin parar, acostadas en la cama, intentando arreglar el mundo o, al menos, nuestras vidas. Y recuerdo cómo, en algunas de esas ocasiones, me quedaba plácidamente dormida escuchando sus voces. Algunas veces, echo de menos esas mágicas noches. Me sentía importante, amada y protegida. Formaba parte de algo trascendental, y eso me ayudó mucho a crecer como persona después. Me hizo sentir fuerte y segura de mí misma.
Considero, por ello, que es importante tener hermanos. Yo tengo mucha suerte de tener cuatro hermanos: dos hermanos y dos hermanas. Y, a pesar de tener una complicidad especial con ellas, a ellos también les tengo una especial devoción. Hemos jugado juntos al escondite, a pesar de que me dejaban horas escondida en el armario porque ellos se habían cansado de buscarme (ellos preferían vivir una aventura con los famosos clicks). Les he cortado el pelo tantas veces como a mis muñecas. Y hemos jugado incluso a peleas, aunque siempre acababa llorando y repleta de moratones.
Pero he sido feliz, muy feliz. Y ahora que ese amor ha crecido y crece por momentos, mi único objetivo es que ellos también sean felices. Quiero hacerles reír cuando les vea tristes. Quiero protegerles de todo y de todos los que deseen hacerles daño. Quiero abrazarles cuando necesiten una amiga. Quiero formar parte de sus vidas. Quiero hacerles sentir importantes porque el amor de hermano, al final, es eso: importante, muy importante.
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