jueves, 15 de mayo de 2014

Exámenes, problema de salud

 
23:02h p.m. Me meto en la cama.
 
00:17h a.m. No puedo dormir.
 
01:24h a.m. No puedo dormir.
 
02:37h a.m. No puedo dormir.
 
03:45h a.m. Sigo sin poder dormir.
 
05:11h a.m. ¡Qué noche más larga!
07:00h a.m. Suena el despertador.
 
Me levanto de la cama con unas ojeras que me llegan al suelo. Me molesta el estómago. Tengo arcadas. Mi pulso va a cien por hora. Tengo escalofríos. Me sudan las manos. Otra arcada. Se me cierran los ojos. Estoy enfadada.
 
 
Voy al baño. Me lavo la cara y los dientes. Dormito brevemente sobre el agua del lavabo. Arcada. Abro los ojos y me miro al espejo. ¡Menuda cara! Espantosa, no. ¡Horripilante!
 
Me visto como puedo y me siento en el sofá. No quiero hablar. No tengo ganas de hablar. Arcada. Sigo enfadada. El mundo es una mierda. ¡Ese día es una mierda!
 
 
Me subo al coche. Durante la hora y media que dura el viaje, no digo nada. Continúo enfadada. No he dormido nada y toda la información que he ido acumulando a lo largo de un año entero se me escapa de la mente. Débil, soy débil. No tengo capacidad para retener.
 
Llegamos al edificio del examen. Colas y colas de personas que también se examinan inundan las calles cercanas al edificio principal. Me bajo del coche y les sigo, como una oveja más del rebaño. No pregunto. No cuestiono. Sólo les sigo. Me dejo llevar por la corriente.
 
 
Tras una hora llamando por megafonía a cada grupo para enviarnos a diferentes salas, habitaciones y despachos del edificio central, espero pronunciar mi nombre.
 
Miro a mi alrededor. Las personas que me rodean están igual que yo. Nerviosas. Impacientes. Inquietas. Se transmite el miedo. ¡Se huele el miedo! Uñas mordiéndose. Labios mordiéndose. Personas peinándose una y otra vez. Risas nerviosas. ¡El caos!
 
 
Por fin, mi nombre. "¡Presente!" confirmo. Y presento mi D.N.I. Le miro. Me mira. Le miro. Me mira. "Pase" me dice, "siga las indicaciones de mi compañero". Y así hago.
 
Me siento donde me indican: en una silla blanca, una silla incomodísima. Pongo mi D.N.I. al lado de mi cuadernillo de respuestas y despliego mis bolígrafos por toda la mesa. Miro al chico de mi izquierda. Nervioso. Miro al chico de mi derecha. Histérico. Miro de frente. Caos. Miro hacia arriba. Inspiración.
 
 
Respiro hondo. Cuento hasta diez. 1, 2, 3... 8, 9, 10. No funciona. Vuelvo a respirar hondo. Cierro los ojos. Me concentro. Abro los ojos. Miro de frente. Miro el reloj. Miro al chico de mi izquierda. Nervioso. Miro al chico de mi derecha. Histérico. Miro de frente. Caos. Miro hacia arriba. Rezo. Suelto el aire que, hasta entonces, no me había dado cuenta que retenía en mis pulmones.
 
Silencio.
 
El "elegido" explica las partes del examen, las normas, las prohibiciones, las posibles dudas, el modo de responder, el tiempo del que disponemos, ¡todo! No da cabida a curiosos que quieran levantar la mano para ganar tiempo. No, lo tiene todo planeado y bien especificado. Así lo explica.
 
 
Comienza el examen. Cincuenta minutos. Cien respuestas. Treinta segundos por respuesta. ¡Tiempo! Primera pregunta... A. Segunda pregunta.... No sé. Segunda pregunta... ¡Uf! Releo. Segunda pregunta... ¡No sé! ¡No sé! ¡Paso! Tercera pregunta... Uhmm, B. Cuarta pregunta. ¡Ni idea! ¿Qué es eso? ¿Qué narices es un estrep....? ¡Yo qué sé! Quinta pregunta...
 
El sudor me recorre la espalda con lentitud. Me sudan las manos. Me palpita el corazón. Estoy a mil. El tiempo pasa rápido y lento, dependiendo de la pregunta. Finaliza.
 
 
¡Fin del tiempo! Dejamos los bolígrafos sobre la mesa. Nos reincorporamos. Estiramos la espalda. Esperamos a que recojan los cuestionarios. Guardamos nuestros D.N.I. Nos levantamos y abandonamos el edificio despavoridos.
 
Ni si quiera comento el examen. Si no hablo de él, es como si no hubiese existido. No quiero hablar de él. No me apetece. Sólo quiero tomarme una cerveza bien fría y olvidar que ese día ha ocurrido.
 
Esa noche, duermo como un bebé.
 

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DESCRIPCIÓN
Usado. En muy buen estado.
Boca sellada es la historia de un gran amor y de muchas mentiras, la historia de una familia siciliana entre dos mundos –los valores ancestrales todavía vigentes y los nuevos aires de modernidad– que se abre camino a fuerza de instinto y convicción. Como asegura la autora, «quería escribir lo que para mí es la “sicilianidad”. En los últimos ciento cincuenta años han cambiado muchas cosas; pero hay otras que no, no cambian: la familia siciliana permanece siempre igual, con ese sabor suyo tan áspero y fuerte».
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