viernes, 16 de enero de 2015

Darse contra la pared | Hitting a wall

 
En un mundo medianamente razonable y difícil, sin llegar a ser cruel, tú sueñas con alcanzar tus sueños (o uno solo) y luchas por cumplirlos o hacerlos realidad (al menos, se presupone que lo harás. Luchar por tus sueños, digo).
 
En mi mundo, recibo una llamada, me ilusiono, hablo, sonrío, comparto, salto, sueño, deseo, rezo, comento, reflexiono, divago, vuelvo a soñar, vuelvo a rezar, vuelvo a reír, vuelvo a compartir... y me estampo contra la pared. Mi sueño a la mierda. Literalmente.
 
Y no por el sueño en sí (que -en principio- sigue ahí), sino por las divagaciones que se han creado en torno a él.
 
"¿Y por qué?" Me pregunto. "Yo no sé ni para qué me molesto" me digo.
 
Giro de 360º como una peonza
 
Estos últimos siete años he vivido infinidad de cambios y la mayoría de ellos desastrosos (por no decir, devastadores). Cada "desgracia" que me ocurría, me empujaba más y más a un cataclismo surrealista que no había imaginado ni en mis peores pesadillas.
 
Yo, ¡qué tenía mi vida resuelta con mis veintisiete años de vida! Y resulta que todo fue una ilusión. Una broma cruel y sin gracia de un destino que ha jugado conmigo como si fuera una mera pieza de ajedrez (o un pelele sin hilos ni vida propia).
 
Desde entonces, me he tambaleado como un bol de gelatina. He ido avanzando por la vida mientras me golpeaba a ton ni son contra los muros que me rodeaban. ¡Y han sido muchos!
 
 
Y por suerte, o porque el destino estaba distraído y no se ha percatado, no lo sé, aquí sigo; golpeándome sin remedio contra nuevos muros que se levantan frente a mí sin saber cómo ni por qué se han levantado.
 
Y es que hablar con la misma persona de la misma situación o problema para acabar igual (es decir, enfadados), no tiene sentido. Sin embargo, lo sigo haciendo (hablar con él de lo mismo, me refiero).
 
Me siento como una persona que aborrece las coles de Bruselas, pero que insiste en probarlas una y otra vez con la esperanza de que alguna de esas veces le acabe convenciendo su sabor. Sin embargo, ¡eso nunca pasa! Las coles de Bruselas continúan teniendo ese gusto dulzón pero con ese toque ligeramente amargo que las hace tan peculiares y que yo sé que no variará. Pero, ¡ale! ¡Insisto! Las pruebo una y otra vez. Como si me fuera la vida en ello; convencida de que su sabor, tarde o temprano, me agradará. Imposible. Eso no pasará nunca.
 
 
Esta persona es muy peculiar. Tiene una visión de la vida muy distinta a la mía. Y aunque exponga mis teorías con claros ejemplos y explicaciones fáciles de entender, él siempre pone algo en duda. ¡Y me revienta! Es como intentar entenderte con un sordo a través de palabras o intentar comunicarte con un ciego a través de gestos. Inútil.
 
Sin embargo, estúpida naturaleza la mía, lo intento una y otra vez. Cuando tengo una noticia nueva relacionada con el temita, se la cuento. ¡Y he ahí el problema! Lo pone en duda, se lo explico, le pongo ejemplos, discutimos,... y regresamos al inicio del bucle. ¡Es un círculo vicioso! Inútil, desastroso y aborrecible, pero siempre vuelvo a intentarlo la próxima vez. ¡Patosa!
 
¡Qué naturaleza extraña la mía! ¡O la suya! Ambos queremos arreglar el mundo a golpe de razonamiento y, sin embargo, al final, acabamos poniendo el mundo más patas arriba de lo que estaba y los razonamientos (que nos parecían los diez mandamientos para la salvación del planeta) acaban siendo un sinsentido hermético que no sirven para nada salvo para ser el motivo de una nueva discusión.  
 
Así que he llegado a una conclusión aparentemente factible: comprarme un casco. Será más fácil sobrellevar los golpes con un trozo de plástico en la cabeza que recibirlos sin protección alguna. Eso o dejo de hablar con este persona del mismo tema tabú que tantas discordias provoca entre nosotros una y otra vez. No sé. Aún estoy pensando qué es lo que me sale más rentable.
 
Ahora, si me disculpáis. Hay un muro que me está esperando.
 
 

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