sábado, 4 de abril de 2015

Otro decorado | Another set

 
Nuestra vida consta de muchas fases. No todo se resume en nacer, vivir y morir. También reímos, lloramos, compartimos, crecemos, nos despeinamos, nos enamoramos, disfrutamos,... E incluso nos escapamos; o al menos, a veces, deseamos hacerlo.
 
Yo, personalmente, llevaba varias semanas con unas ganas tremendas de escaparme. ¡Necesitaba hacerlo! ¡Me urgía! Incluso pensé en abandonarlo todo e irme de este país. Empezar de cero, de nuevo. Y, aunque todavía me ronde esa idea por la cabeza (y la esté estudiando a conciencia), he optado por probar antes otras salidas más económicas, sencillas y, por de pronto, más factibles.
 
Y no creáis que deseo huir de mi vida, que no es así, sino que necesito un cambio de aires, un cambio de decorado. Da igual montaña, playa, pueblo,... El caso es respirar otro tipo de aire que, aun siendo en definitiva el mismo, me parezca diferente.
 
He llegado a la conclusión de que Madrid me asfixia. Me ahoga y me oprime de tal manera que apenas me reconozco a mí misma. Necesito libertad. Volar. Correr. Experimentar. Necesito cerrar los ojos y aparecer en un lugar completamente distinto, con otras personas, otra clase de vida y otras experiencias. Necesito un cambio.
 
Y a mí siempre me han dicho que los cambios han de ser paulatinos, poco a poco. Nada de brusquedades sin sentido que, a la larga, nos hagan arrepentirnos de nuestras decisiones. Este tipo de cambios requieren paciencia, coherencia y un extra de razonamiento. Y en ello estoy.
 
 
Hacía ya varios años que había cogido la costumbre de coger el coche en cuanto tenía un par de días libres y me iba a un destino cualquiera. Curiosamente, siempre aparecía en Valencia (Quizás, por eso, le tenga tanto cariño a esa ciudad).
 
El caso es que la duración del viaje, mezclada con las distintas melodías que escuchaba durante el viaje y acompañada de aquellos paisajes tan diversos, me teletransportaban a un lugar distinto al que, sin saberlo, yo ansiaba llegar. El olor a sal, el sonido de las olas al romper, las gentes tan distintas a lo que yo estaba acostumbrada,... me chutaban de energía. Una energía tan poderosa y electrizante que me atontaban durante aquellos dos, tres y -a veces- hasta cuatro días. Valencia, para mí, se convertía en "lo diferente".
 
Estos días me he tenido que marchar. No he podido evitarlo. Mi salud, mi trabajo y mi economía me estaban ahogando hasta casi estrangularme. No podía más. Necesitaba irme. Y aunque me hubiese gustado apagar el móvil y escaparme completamente, desaparecer, al menos los kilómetros me han ayudado a cargar un poquito las pilas (y eso que no he llegado a Valencia).
 
Supongo que tener la batería al 40% no es mucho, pero al menos ahora mismo rozo el ecuador de mi resistencia. Quién sabe. Quizás mañana cambie un poquito más mi vida y mis pilas se carguen hasta un 50%, un 60% o, incluso, un 70%. Y si no, no pasa nada. Siempre me quedará la carretera.
 
 

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