La sociedad, la educación que nos han dado o imitar como si fuésemos auténticos borregos son los culpables de que nosotros, absolutamente todos, mintamos. ¡Y lo hacemos sin ton ni son! Sin discriminación. Ojo, que nos sale incluso con total naturalidad.
Por ejemplo, yo me pregunto: ¿quién nos obliga a ocultarle a nuestra hermana, tía, amiga, prima, vecina,... (da igual el vínculo) que su hijo recién nacido es lo más feo que ha parido madre, que se parece más al Fary que al niño del anuncio de Dodot con esos pelillos rubios y esos ojazos azules que quitan el "sentío"? ¿Qué fuerza oculta nos obliga a decirle a nuestro novio que su mejor amigo es supersimpático cuando, en realidad, lo que estamos pensando es que es más insoportable que la Belén Esteban en Gran Hermano 207? ¿Y quién o qué nos empuja a reírnos y a asentir tontamente cuando nuestra amiga se ha tirado un cuesco delante de nuestro recién estrenado novio?
Y es que la cosa sería más sencilla si fuésemos sinceros: Tú hijo es muy feo. A tu amigo no le aguanta ni su madre. Y tú eres más guarra que la vecina del quinto que se bajaba las bragas a pedos.
Sin embargo, y a pesar de la posibilidad de pronunciar un amplio abanico de franquezas, mentimos. ¡Y cómo lo hacemos!
"¡Qué croquetas más ricas has hecho para ser tu primera vez!" (¡qué ascazo, por Dios!). "¡Qué bien me lo he pasado en Rascafría en pleno Diciembre con tus colegas!" (mis mocos te los tragas mañana con el café). "Tenemos que repetir esta quedada de tres horas con otros 250 litros de cerveza" (no vuelvo a beber alcohol jamás y mucho menos con tus colegas). "Tus padres me han caído muy bien" (sin comentarios). "¡Qué sobrinos más majos tienes, aunque me hayan echado a perder la camisa nueva de Victorio y Lucchino!" (si los vuelvo a ver, no respondo de mis actos).
Y es que mentimos tan descaradamente que, a veces, hasta se nos ve venir. Porque, ¿quién de vosotros no ha usado la sutileza para ocultar una verdad como un templo?
Si tu vecina acaba de dar a luz, siempre es más fácil decir "qué simpático es el niño" a "este niño me recuerda a un glemlin pasado por agua"; lo que, ciertamente, es una verdad absoluta. Sólo hay que verle.
O el chico con el que tu amiga te quiere liar. Siempre es más fácil decir "no es mi tipo" a "¿en serio? ¿Estás loca? ¿Le has mirado bien?"; porque, por favor, ¿le has mirado de frente? Es bizco, le faltan tres dientes y encima tiene una colección de porno tan variada que desbanca al mismísimo Nacho Vidal. ¿Por quién me has tomado?
No, queridos, no. Nosotros, los humanos, estamos hechos para mentir. Nos sale solo, como el respirar. "Ya no te quiero" (voy a morirme si tú no estás conmigo). "Eres un estúpido" (te adoro). "Tenemos que volver a irnos de fiesta juntos" (no repetiría ni aunque me pagases). "Me has caído genial" (ahora mismo llamo a Movistar para cambiar mi número de móvil).
Y aunque algunas mentiras son bien acogidas e incluso reconfortan (no estamos ciegos). Lo cierto es que no estamos preparados para escuchar verdades. Nos asustan. Nos aterran. Pueden con nosotros. Siempre es más fácil mentirse uno mismo que enfrentarse a la verdad. Y si nos es más fácil recibir mentiras, mucho más fácil nos es decirlas.
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