Dicen que los amigos es la familia que tú eliges, ¡y qué cierto es! Altos, bajos, gordos, flacos, serios, graciosos, locos, cuerdos,... pero los eliges tú.
Estas primeras son las que más me importan; no por su número ni porque se quedan ni porque aún hoy están a mi lado, sino porque son parte del reflejo de mi alma, porque me completan, porque me entienden, porque son parte de un "yo" muy grande y extenso y, aún así, son ellas mismas (tremendo, ¿eh?).
Efectivamente, las singularidades nos persiguen (porque lo hacen), desde el camarero bajito de nariz vistosa con su vino aguachinado (¡porque estaba aguachinado!) hasta los conjuros sexuales.
Que yo me pregunto (las tres lo hicimos), ¿nos estaba echando polvos telepáticos o nos estaba bendiciendo con ellos? Porque, joder, la cosa no está como para bromear. O lo haces bien o no lo hagas, pero no despistes.
En este último año, he conocido muchísimas personas. Algunas, seguro, para quedarse. Y otras, después de dejar su huella, más o menos profunda, para marcharse.
Estas primeras son las que más me importan; no por su número ni porque se quedan ni porque aún hoy están a mi lado, sino porque son parte del reflejo de mi alma, porque me completan, porque me entienden, porque son parte de un "yo" muy grande y extenso y, aún así, son ellas mismas (tremendo, ¿eh?).
Este post se lo quiero dedicar a dos de ellas: mis dos R, porque son ellas, con su propia esencia del "yo", las que me han hecho ver que, a pesar de todo, las casualidades existen y que, además, pueden ser bonitas; las casualidades y ellas. Porque ambas lo son.
Mis dos R son increíblemente diferentes entre sí y a la vez contradictoriamente iguales. Tenaces, enérgicas, divertidas y orgullosas son un efímero destello de una parte de mí misma que me asombra descubrir aún hoy. Son luchadoras natas y, en su propia guerra, una cruzada que han iniciado con sí mismas hacia el descubrimiento de su "yo" particular, alzan las armas de manera disparatada, pues lo mismo te despojan de todo que te arropan hasta asfixiarte el alma. ¡Son increíbles!
Y abrigada hasta las orejas de su cariño incondicional, sus confidencias, sus risas y un oportuno... "¡no hay huevos!", acabamos en Valencia. Como os lo cuento. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba detrás del volante, con poco más que unos billetes en el monedero, muchas ganas y un descontrol de adrenalina que no sabía cómo encauzar (¡Y menos mal que era Valencia porque cualquier día dicen Roma!).
Mis dos R están locas. Sí, locas de atar. Pero es una locura que te hace no pensar, despeinarte, disfrutar, vivir, reír, gritar, saltar,... y no ver más allá de las posibles consecuencias ni el mañana ni el qué pasará después. Simplemente, deleitarte con el hoy, ahora y ya. Sin más.
Valencia es una ciudad que está a poco más de tres horas de Madrid, con playa, turismo y muchas promesas por delante. Pero, sobre todo, Valencia es una ciudad que fomenta la más completa desconexión; que era el objetivo fundamental de esta escapada.
Los pa'tapalos, las bocas siliconadas a las seis de la tarde, las cervezas, las risas, los palos por todas partes, las nubes de formas sugerentes, las fotos disparatadas, el hipopótamo (sí, sí, el hipopótamo), la paz, la tranquilidad,... ya eran cosa nuestra.
Efectivamente, las singularidades nos persiguen (porque lo hacen), desde el camarero bajito de nariz vistosa con su vino aguachinado (¡porque estaba aguachinado!) hasta los conjuros sexuales.
No creo que pueda olvidar nunca el hechizo de semejante ecuatorial:
"Run tun tun run tun tun biribiribiribiri La Cigala. Un polvo.
Run tun tun run tun tun biribiribiribiri La Cigala. Dos polvos
Run tun tun run tun tun biribiribiribiri La Cigala. Tres polvos...".
Que yo me pregunto (las tres lo hicimos), ¿nos estaba echando polvos telepáticos o nos estaba bendiciendo con ellos? Porque, joder, la cosa no está como para bromear. O lo haces bien o no lo hagas, pero no despistes.
Eso sí, las tres -sin excepción- después de cada runrún, pedíamos "otro, otro", que siempre es mejor abundancia que escasez (a mí me echó, digo, me hizo cuatro. Cuatro nuditos). El pobre africano se las vio canutas para marcharse de allí. Ya se imaginaba en la tesitura de hacernos un millar de nudos más en las muñecas para poder escapar con vida de nosotras (por si acaso, claro. Sólo por si caso).
La escapada estuvo genial, la compañía inmejorable y las anécdotas numerosas y muy divertidas. A pesar de que mis perros se lesionaron (que hay que joderse), el día estuvo completísimo. Hasta diluvio universal tuvimos en el camino de vuelta. "Aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas del cielo fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches" (cito textualmente). Cuarenta días no, pero un par de horas en plan "no-hay-un-mañana", sí. Pasamos incluso miedo (una R no lo vio. Se quedó dormida, ejem, ejem).
Chicas, ratitas, pequeñas, mis chicas, ¡MUCHAS GRACIAS por la escapada! Muchas veces. Y sobre todo, sobre todo, sobre todo... (y lo sabéis)
¿Para cuándo la siguiente?
La escapada estuvo genial, la compañía inmejorable y las anécdotas numerosas y muy divertidas. A pesar de que mis perros se lesionaron (que hay que joderse), el día estuvo completísimo. Hasta diluvio universal tuvimos en el camino de vuelta. "Aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas del cielo fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches" (cito textualmente). Cuarenta días no, pero un par de horas en plan "no-hay-un-mañana", sí. Pasamos incluso miedo (una R no lo vio. Se quedó dormida, ejem, ejem).
Chicas, ratitas, pequeñas, mis chicas, ¡MUCHAS GRACIAS por la escapada! Muchas veces. Y sobre todo, sobre todo, sobre todo... (y lo sabéis)
¿Para cuándo la siguiente?
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