"Vale su peso en oro" es una expresión que viene de antaño cuya procedencia baraja diferentes hipótesis:
- Una pena de los pueblos bárbaros del norte de Europa, cuyas leyes castigaban a los asesinos a compensar a los herederos de la persona a la que habían matado con el pago de tantas monedas como peso tenía el difunto.
- En la Edad Media, esta expresión hacía referencia al pago que tenían que hacer los familiares adinerados de un familiar raptado, pagando como tributo por su liberación el equivalente del peso de éste en joyas y monedas.
- Las personas devotas también hacían uso de este refrán cuando, rezando por la sanación de un familiar, entregaban al Santo el equivalente del peso del enfermo en monedas y oro.
Todas estas teorías tienen su lógica. Sin embargo, a través de este post, me gustaría darle un valor y un significado a este refrán que se acercase lo más posible a la verdad laboral del hoy, en pleno siglo XXI.
¿Cuánto vale una persona? ¿Qué valor podemos darle? ¿Qué factores debemos tener en cuenta para poder hacer una valoración lo más acertada posible? ¿Qué elementos forman parte de la ecuación? ¿Qué componentes no deberían formar parte? ¿Qué errores cometemos a la hora de valorar? Éstas y otras tantas preguntas son las que deberíamos formularnos para dar un valor aproximado a una persona que va a desempeñar o está desempeñando un trabajo dentro de una Empresa.
En realidad, el valor de una persona debería estar basado únicamente en un único factor, uno determinante e inequívoco, uno que no da lugar a error: RESULTADOS. El género, los conocimientos, la actitud, la habilidad y el factor suerte de la persona deberían no importar demasiado o nada. Sin embargo, como en casi todo, la "chapa y pintura" de la persona es lo primero que se ve, lo que primero llama la atención y, debido a ello, también influye a la hora de realizar una valoración. Al menos, para dar la oportunidad de darla.
Está claro que todos mentimos en nuestro currículum y quien diga lo contrario miente (chapa y pintura). "No sé ni pajolera de inglés pero voy a poner que soy bilingüe". "No tengo la carrera terminada pero voy a poner que soy Licenciada y que, además, tengo un Máster". "No he salido de España pero voy a poner que he estado viviendo en otros países". ¿¿Qué os pasa?? ¿Estamos locos o qué?
El conocimiento, la actitud y la habilidad son los únicos factores que deberían tenerse en cuenta a la hora de hacer una valoración de empleado pues son los únicos elementos que, bien conjugados, darán resultados a la Empresa. Si no hay resultados, ¿qué sentido tiene tener a ese trabajador en plantilla?
Las empresas, señores, existen gracias a sus clientes. Las empresas funcionan gracias a ellos. Sin clientes, ¿para qué la Empresa? ¿Para qué tener un taller mecánico si no va ningún coche? ¿Para qué tener un bar de copas si nadie va a tomarse una cerveza? ¿De qué me sirve tener una academia de baile si nadie acude para aprender a bailar la sardana? Todas, absolutamente todas las empresas, viven de sus CLIENTES, y estos se consiguen gracias al trabajo de sus EMPLEADOS: buena atención al cliente, un buen trabajo realizado con rapidez y eficacia y una buena posventa; los tres puntos cardinales de un cliente satisfecho que, por supuesto, son el objetivo de cualquier empleado que se precie.
Puede que me hayas "vendido la moto" en la entrevista de trabajo, puede que me hayas embelesado, incluso puede que hayas sido recomendado por algún familiar o amigo y por ello te haya contratado pero, si no obtengo resultados gracias a ti, si no evolucionas ni haces crecer mi empresa, ¿por qué debería mantenerte en plantilla?
Por supuesto, el empleado debe preguntarse lo mismo pero a la inversa. ¿Qué valor tengo yo para la empresa? ¿Qué RESULTADOS obtiene la Empresa gracias a mí?
Son muchas las ocasiones en las que en nuestro contrato laboral figuran una serie de datos que no concuerdan con la realidad: puesto desempeñado, sueldo, horas dedicadas,... ¿Tiene esto algún valor? ¿Sirve para algo? La respuesta es sencilla: SÍ, SÍ y SÍ.
El contrato laboral es un camino de doble sentido en el que ambas partes depositan su confianza. Nuestro jefe lo hace en nosotros como eslabón de su Empresa y nosotros en su Empresa como medio de crecimiento profesional y económico. El caso es demostrar si esa confianza se ha depositado en vano o no. Si me demuestras que puedo confiar en ti, yo también confío en ti. Es simple.
La confianza no tiene precio. El trabajo, sí. Cualquier relación, sea de la índole que sea, se basa en la confianza, en tu ten-con-ten. Si la confianza se quiebra, la relación se va a la mierda. Si la confianza crece, su fruto también.
¿A dónde quiero llegar con esto? Está claro que en el país en el que vivimos, por desgracia, la injusticia laboral está presente: discriminación laboral por el género del empleado, devaluación de la labor de los empleados, menosprecio de habilidades y conocimientos, humillación económica... ¡Está a la orden del día! ¿Y qué podemos hacer nosotros? ¿Qué podemos hacer para evitar acabar con una mano delante y otra detrás? NEGOCIAR.
Si te estoy dando resultados, si trato a tus clientes entre algodones, si ganas dinero gracias a mí, ¿por qué no me pagas en consonancia? ¿Por qué no pones en mi contrato laboral un puesto de trabajo acorde con lo que hago? ¿Por qué escatimar en costes que, a la larga, abaratarán y minimizarán tu pasivo?
Sé inteligente y valora los RESULTADOS porque pueden ocurrir varias cosas:
- Que tarde o temprano ese empleado abandone tu barco.
- Que los tres puntos cardinales de esa persona varíen en su esencia.
- Que otro empresario sí sepa valorar sus resultados.
- Que tu Empresa se devalúe con el tiempo debido a un trabajo realizado por un empleado desmotivado.
- (...)
Ahora, TÚ DECIDES. Tú sabes el valor que debes darle a las personas. Tú sabes el valor que debes dar a tus empleados.
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