Ya lo afirmaba Rosa Luxemburgo cuando luchaba "por un mundo donde fuésemos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres"; aunque ella bien lo aseguraba en otros términos totalmente diferentes al que me refiero hoy aquí, por supuesto. Esta filósofa, activista y economista de finales del siglo XIX no pudo más que anhelar algo que, a las claras, no se ha logrado alcanzar por completo. ¿Socialmente iguales? En absoluto. ¿Humanamente diferentes? Quizás. ¿Totalmente libres? De ningún modo.
La mujer de ayer y hoy es tan diferente como similar. Nunca hemos dejado de luchar y, aunque nuestras batallas de entonces y ahora han buscado objetivos distintos, la mujer como figura social siempre ha sido una fiel guerrera en el campo de batalla. Siempre dispuesta, siempre en pie, siempre armada. A lo largo del tiempo, sin duda alguna, multifuncional. Antes: ama de casa, cuidaba a los niños y estaba pendiente del marido. Ahora: ama de casa, cuida a los niños, está pendiente del marido, trabaja en alguna empresa (incluso en varias) y se cuida a sí misma.
La sociedad no nos ha puesto las cosas fáciles. Si no se daban por hecho nuestras ocupaciones, nos las imponía. Y si no, nos las implantábamos nosotras mismas, seguramente por miedo, cobardía o indecisión. ¿Qué somos entonces? ¿Simples peones? ¿Marionetas? ¿Muñecas de trapo?
El duro camino hacia la igualdad no ha sido fácil. De hecho, aún hoy no lo es. Empresas que afirman que todos sus trabajadores tienen la misma igualdad de condiciones, altos mandos que aseguran tratar a todos sus empleados por igual independientemente de su sexo, maridos que niegan el machismo en sus hogares... No, señores, esto no es verdad. La desigualdad todavía existe en el siglo XXI en cada esquina, cada hogar y cada edificio.
¿A quién queremos engañar?
La mujer siempre ha luchado y muy duro. Antes, por imposición. Ahora, por decisión. ¿Qué mujer con oportunidades no quiere alcanzar uno y otro y otro objetivo por orgullo personal? ¿A qué mujer no le gustaría lograr todas sus metas? No nos equivoquemos. La mujer se adapta muy bien al entorno; exactamente igual que un camaleón. Pero eso no quiere decir que sus condiciones sean similares a las de un hombre. ¡En absoluto! Nosotras tenemos que luchar más, demostrar más, trabajar más y callar aún mucho más. ¿Y para qué? Simplemente para acercarnos un poco más a las condiciones de ellos, que lo han tenido siempre fácil porque eso era lo "normal" y punto.
Dale una oportunidad a un niño sin recursos y la aprovechará.
Dale una oportunidad a un niño que lo tiene todo y la ignorará.
Lo mismo puede aplicarse con la figura de la mujer y la del hombre.
Margaret Thatcher dijo una vez: "En política, si quieres que se diga algo, pídeselo a un hombre. Si quieres que se haga algo, pídeselo a una mujer". Esta química y abogada de principios del siglo XX creyó firmemente en el poder que tiene la mujer para cambiar las cosas si se lo proponía. ¡Y qué gran verdad! Las mujeres estamos capacitadas para hacer varias cosas a la vez, para soportar con más temple el dolor e, incluso, para racionalizar los hechos de manera más constructiva. Demostrado, no es una invención mía.
Viola Smith
Señores, hacedme caso, abogo para que estudiéis, analicéis, observéis concienzudamente las plantillas de trabajadores que componen las grandes empresas y pongáis las vuestras frente a un espejo. ¡Comparad! ¡Exacto! ¡Mujeres! ¿Y por qué? Porque trabajamos mejor, somos más constantes, más responsables e indudablemente estamos mejor capacitadas, además de tener más ambiciones y luchar por ellas, lo que es un plus añadido.
No lo digo yo por ser mujer, de verdad. Lo dicen los hechos porque son verdad.
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