sábado, 13 de mayo de 2017

Tu silencio es la derrota

 
La amiga de la prima de una vecina del frutero de mi barrio (ya sabéis cómo funcionan estas cosas) ha tenido una crisis. Vamos, que se acaba de enterar de un chisme que le ha dejado "tocada". ¿Resultado? Reunión de mujeres alrededor de una botella de vino (quien dice una, dice tres; no escatimemos en alcohol en situaciones tan desesperadas).
 
Como veo que esto va para largo, voy a abrir mi propia botella de vino. Un momentito, ahora vuelvo...
 
(...)
 
Ya estoy aquí. Un sorbito. Uhmmm, dulce pero fuerte. ¡Lo necesitaremos! En fin, ¿por dónde iba? Ah, sí, la amiga de bla, bla, bla... Lo que decía, Ate (pongamos a "nuestra" amiga el nombre de la diosa mitológica de la insensatez, por llamarla de alguna manera) se acaba de enterar de algo que le ha dejado en un completo estado de confusión, desánimo y batiburrillo interior que, para seros sincera, si no es por nosotras (sus amigas más cercanas. Y las más lejanas también, que en estas situaciones cualquier hombro es válido. ¡Yo ni la conozco!), la hunden en la más absoluta pesadumbre (vale, quizás exagero un poco pero la pobre está fatal, la verdad). En fin...
 
 
Como os decía, Ate está muy mal. Quizás creáis que saco las cosas de quicio pero ya veréis cuando os cuente toda la historia.
 
Os pongo en antecedentes...
 
 
Ate es una mujer que sabe jugar muy bien sus cartas. Es decidida, segura de sí misma y divertida, lo que atrae mucho a los hombres. Además, cuando quiere algo, lo consigue. Siempre. Es perspicaz, obstinada y juguetona. Pero igual que sabe abrirse por entero a los demás, también es misteriosa y sabe ocultarse muy bien (los sentimientos, digo. No ella). Es recelosa de sus sentimientos más profundos y, a la vez que da, espera recibir, lo que la hace contradictoriamente generosa y egoísta a la vez. Ate es una mujer inteligente, de una agudeza mental en exceso intuitiva y, por descontado, atractiva. ¿A que a simple vista parece la mujer perfecta? Lo es. Bueno, seguro que para alguien lo es. Para Hedílogos (pongámosle el nombre del dios mitológico del engatusamiento y la adulación; perfecto para semejante varón) al menos sí lo era, es, era, es, era... En fin, no lo sé. ¡Estoy echa un lío!
 
 
Cómo habéis podido adivinar (era obvio, además) en esta historia hay un hombre. ¿En qué historia que se precie -alrededor de varios litros de vino, además- no hay un hombre de por medio?
 
Como os decía, Ate parecía ser la típica mujer perfecta para cualquier hombre (e incluso, mujer). Sin embargo, ¡qué equivocados estábamos todos! (yo ni la conocía, ya os digo. Cuento lo que ha llegado a mis oídos). Pues bien, Hedílogos, como otros tantos antes que él, intentó llegar al corazón de nuestra Ate. La diferencia entre el resto de los hombres que se atrevieron a iniciar un acercamiento con ella y Hedílogos es que este último sí caló en lo más profundo de Ate, dejándola aturdida y... emocionada con la idea de un posible idilio (tuviese éste el alcance que tuviese).
 
 
Hedílogos es un morenazo atractivo, esculpido, divertido, juguetón, adulador, atractivo (¿ya lo había dicho?), que sabe qué teclas tocar, cuándo hacerlo y con qué mujer, de mirada matadora (matadooooooooooooooor. Perdonad pero no he podido evitarlo), atractivo (no sé si os había quedado claro esta cualidad de semejante semental) y que se caracteriza -además- por tener sobrevolando sobre su cabeza un halo de misterio que lo convierte automáticamente en peligroso (sinónimo de atractivo en la jerga femenina). ¿Resumen? ¡ALARMA! Así funcionamos las mujeres. Rojo: peligro. Naranja: peligro. Amarillo: peligrosillo. Verde: no interesa. Hedílogos es de color rojo chillón con luces de neón también rojas. Una súper alarma última generación con sonido double sound round con bluetooth incorporado.
 
En fin, que Hedílogos tiene una mirada que, ya solo con eso, enamora. Sí, sí, enamora. Así, sin tapujos. La verdad ante todo. ¿Para qué andar por las ramas? Su mirada tiene algo que te dan ganas de comerle la boca hasta asfixiarle (pero hasta el final, ¿eh? ¡Sin piedad!). Es como un oasis en pleno desierto, la mejor prenda en las rebajas de verano y el diamante más grande, todo al mismo tiempo. Es la manzana de Eva personificada (y la de Blancanieves también). El chocolate más dulce. La combustión en sangre por excelencia. La maldita hecatombe. La apocalipsis sentimental. La guerra de los mundos: tú misma contra ti misma. La perdición. El fin de tus días.
 

Bueno, todo esto lo sé porque me lo han contado. Yo al tal Hedílogos no le conozco ni de comprar el pan. Vamos, que no sé si será verdad todo lo que cuentan de él...
 
Volviendo a la historia, Hedílogos y Ate parecían perfectos el uno para el otro. Él tonteaba con ella. Ella tonteaba con él. Él la guiñaba el ojo con disimulo. Ella sin él (sin disimulo. No sin ojo, claro). Él le sonreía a través de un espejo. Ella lo hacía de frente. Él sacaba temas de conversación banales solo por el placer de hablar con ella. Ella le hablaba de física cuántica. Él hacía y ella deshacía. Él sonreía. Ella también. ¡Eran perfectos! Hasta que un día...
 
 
...Hedílogos le habló de ella. No de ella -Ate- sino de ella, la otra, la tercera en discordia, la que sobra (o eso deseaba nuestra amiga). Pero no, ella existía. Existe. ¡Es real! Hay una otra. Y, claro, Ate está destrozada. No es que existiese algo entre Hedílogos y ella, por supuesto, pero el flirteo era real y ella disfrutaba como una enana con cada gesto, percepción y provocación que se prodigaban. Ahora, con una tercera en escena, Ate no se atreve ni a darle la hora a semejante semental. Y es que el amor es tan frágil como lo es la línea que lo convierte en odio.
 
 
 
No es que Ate odie a Hedílogos (no exageremos), Ate odia la idea de lo que pudo haber sido y no ha sido. Le molesta la idea del cortejo sin resultados. Se siente como si hubiese estado ahorrando durante mucho tiempo para comprar algo que deseaba con intensidad para que, una vez reunido su precio, hubiesen retirado el producto del mercado. Se siente engañada.
 
Y entre lágrimas derramadas (muchas, muchas, muchas lágrimas), se da cuenta que en realidad el traidor no ha sido Hedílogos y su silencio sobre su situación sentimental y personal sino ella misma por no haberse atrevido a dar un paso que, quizás, le hubiese arrojado a los brazos de Hedílogos.
 
 
Ate está dolida porque estuvo jugando a un juego en el que la derrota estaba asegurada si no cambiaba de táctica, cosa que no hizo. Ate se siente frustrada porque, a pesar de saber lo que significaban esos guiños, esas sonrisas y -sobre todo- esa seducción bajo cuerda, no dio un paso más. Ate está decepcionada porque, a pesar de que ninguno puso nunca sus cartas sobre la mesa, las entrelíneas parecían estar claras. Ate está... hueca.
 
 
No había ases bajo la manga. No existían trucos de seducción en cubierta. No había más allá de lo que ellos veían. Ninguno escribió entrelíneas. Ninguno de ellos dio por hecho nada. De hecho, ninguno hizo nada. Solo... silenciaron. Callaron. Y, claro, todos los silencios acarrean derrotas. Ate no iba a ser menos. Había perdido. Adiós. Au revoir. Ciao. Bye bye. ¡A otra cosa, mariposa!
 
Os podéis hacer una idea de la situación actual de Ate. En fin, pobre...
 

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