sábado, 2 de septiembre de 2017

Hipocresía, idiosincrasia, mentira, falsedad, orgullo

 
Ganivet dijo -y cito textualmente-: "más vale un minuto de vida franca y sincera que cien años de hipocresía". O como decía mi padre cuando era niña: "más vale ponerse colorado una vez que ciento amarillo". Tanto monta, monta tanto...
 
Sé que esta entrada va a dar mucho que hablar. Lo sé porque voy a hablar sin pelos en la lengua, sin medias tintas, con la VERDAD y, claro, va a hacer "pupita"...
 
 
No soporto a los mentirosos, me cabrean. Pero aún soporto menos a los que mienten a la cara con la errónea convicción de que su falacia es la verdad más absoluta.
 
Antes de nada, reseñaré una definiciones necesarias para la correcta comprensión de lo que voy a escribir a partir de aquí:
 
Hipocresía: Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.
 
Idiosincrasia: Conjunto de los rasgos y el carácter distintivos de un individuo o comunidad.
 
Mentira: Cosa que no es verdad.
 
Falsedad: Falta de verdad o autenticidad.
 
Orgullo: Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas.
 
 
Que existen personas con dos caras (algunas incluso más) es algo irrefutable y que, además, todos sabemos y conocemos. Pero que esas mismas personas intenten repetidamente que te las creas todas... Hombre, o eres bipolar o, nene, tienes un grave problema de identidad sumado a una perceptible hipocresía en alza. Vamos, que das miedito... y asquito, la verdad.
 
La historia de la portada
 
Como bien sabéis, hace bien poco publiqué mi primera novela: "QUÉDATE CONMIGO. OPERACIÓN KAPO", una trepidante historia que narra los entresijos de "Los Kapo", una organización criminal rusa cuyos objetivos más esenciales se verán empañados -de forma exponencial- por la sed de venganza de Damyan Milaylov el Mecenas, su dirigente, y que llevará hasta sus últimas consecuencias sin importar qué o a quién arrastre con su vendetta.
 
Para los que no lo sabéis, esta novela tiene muchísimo trabajo detrás (seguro que ya lo imaginabais): documentación, horas de estudio, múltiples conversaciones con mis "lectores cero", perfilamiento de personajes, numerosas ediciones, maquetaciones a tutiplén y, sobre todo, muchas horas de sueño invertidas en hacerlo posible.
 
 
Pues bien, aunque a día de hoy la portada definitiva es otra gracias a la maravillosa Sara García, lo cierto es que la idea original era bien distinta.
 
Virgen en el mundo de la edición literaria, superada por unas ilusiones incontenibles y animada por el que pensaba que sería EL CREADOR de la foto que representaría mi obra -en mayúsculas porque yo antes así lo creía- le encargué el trabajo a un "entonces" amigo. Discutimos mucho (demasiado) sobre lo que yo quería y sobre lo que él me sugería, pedimos opinión a colegas cercanos, editó, borró a petición, modificó y trabajó, trabajó y trabajó. No sé cuántas horas invirtió para hacer posible ese primer prototipo pero, desde luego, debieron ser muchas cuando en más de una ocasión me lo recordó como si yo tuviese memoria de pez o fuese una incompetente incapaz de retener según qué información (a día de hoy aún hay resquemor).
 
Al final, entre que mis problemas personales -por aquel entonces- me estaban superando de forma exponencial y él, además, se tomó el encargo de la edición de portada demasiado a pecho (a su cuenta y riesgo, he de añadir), discutimos. Discutimos mucho. Demasiado.
 
Antes de terminar de narrar esta historia, os contaré lo que aprendí hasta entonces y que aún hoy pongo en práctica:
Primero: "Es fácil hablar claro cuando no va a decirse toda la verdad".
Segundo: "Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla".
Tercero: "Hablamos muy poco, excepto cuando la vanidad nos hace hablar"
Cuarto: "Para saber hablar es preciso saber escuchar".
Quinto: "Quien habla de cosas que no le atañen, escucha cosas que no le gustan".
 
 
Continúo con la historia. Últimos capítulos...
 
A día de hoy no nos hablamos, lo que demuestra que en realidad no éramos amigos. Me pregunto con sinceridad si alguna vez llegamos a serlo, dado los últimos capítulos de esta historia. Bueno, el caso es que tras discutir, discutir, discutir... yo intenté pagar sus "servicios", independientemente de si utilizaría su trabajo o no (que ya sabía yo que no). Me parecía una transacción justa y, además, no quería acabar mal con él. Él se negó, por supuesto. ¿Cómo no iba a hacerlo? Él tenía razones de peso (mucho, mucho peso) para no hacerlo. Añadir que a día de hoy no conozco esas razones (ni falta que me hace).
 
En aquella época su mujer le excusaba asegurándome que él también estaba atravesando una mala época, lo que me apuntaba con sutiles frases que insinuaban que yo era culpable de aquel "final" entre ambos. El epílogo podéis imaginároslo: chico no habla con chica; mujer de chico tampoco habla con chica (yo lo llamo "efecto rebote"; es un efecto infantil pero hay personas a las que les debe funcionar cuando lo usan); chica rumia lo ocurrido y saca conclusiones; chica decide que ni ese chico ni su mujer la descalificarían ni la tratarían de algo que no era; chica decide que si realmente el chico y su mujer piensan tantas maldades de ella, es que no merece la pena tenerlos a su lado; finalmente, chica es feliz.
 
Ya lo he dicho en otras ocasiones pero creo que merece la pena memorarlo: tengo una amiga que asegura que "QUIEN NO SUMA, RESTA". ¡Pues eso!
 
La historia de la firma de peticiones del cambio
 
 
¡Qué fácil es hablar de algo o alguien cuando no nos "toca" de cerca su problema! ¡Qué fácil es criticar cuando no sufrimos ciertas cosas en nuestra piel! ¡Qué fácil es quejarse y qué difícil es hacer ALGO! ¡Qué fácil es afirmar que se ayuda a los "diferentes" (así los llaman "ellos") firmando peticiones de cambio online y qué difícil es poner realmente algo de nuestra parte para mejorar ciertas situaciones injustas!
 
¿Quién no conoce a alguien con celiaquía, intolerancia a algún alimento o con alguna alergia alimenticia? En mi familia, por ejemplo, ¡hay de todo! Cuando vamos a quedar para comer o cenar todos juntos, empieza el circo de siete pistas: sitio donde los niños puedan jugar o entretenerse después, restaurante que tengan platos para celíacos, opciones para los intolerantes a determinados alimentos, los alergénicos -en principio- tendrán menos problemas aunque también cuentan... En fin, yo creo que escribir un nobel cuesta menos, la verdad.
 
Con esta premisa, os contaré otra historia que, además, me cabreó bastante por la actitud de la persona que lo originó pero, además, por las personas que la apoyaron en un sinsentido y que echaron más leña al fuego.
 
Hace unos días, un grupo de amigas propusieron quedar (incluidos niños y maridos, quien los tuviese) para comer y pasar un rato -o el día- todos juntos. A mí la idea, en principio, me pareció buena aunque veríamos a ver...
 
Una de ellas tiene una niña de cuatro años con celiaquía. Con normalidad, preguntó si la zona por la que íbamos a quedar (se barajeaban varias opciones), su hija podría comer algo del menú. Las respuestas fueron de lo más fatídicas y espantosas. Parece mentira que superemos todas la treintena, de verdad. ¡Qué vergüenza! "Llévate un tupper", "siempre estás igual", "jod** con tu hija", "no vamos a acondicionarnos todas a ti siempre", "ya firmé la petición de tener en cuenta en los restaurantes a las personas celíacas"... En fin, no sigo porque me caliento.
 
 
Como era lógico, esta chica se cabreó. Defendió los derechos de su hija alegando que, el hecho de que la niña fuese celíaca, no implicaba que debiese renunciar a ciertas cosas que para el resto de los niños eran tan normales como comer fuera de casa. Que, evidentemente, si no lo quedaba otra, se llevaría un tupper por proteger el bienestar alimenticio de su hija pero que intentaría -por todos los medios- que la pequeña tuviese una vida lo más normal posible. Que si nosotras, que éramos sus amigas, no la apoyábamos en algo tan sencillo, ¿qué podía esperar de los demás que ni la conocían ni tenían por qué mirar por la pequeña? Que su hija era lo más importante para ella y que "castigarla" a tuppers no entraba en sus planes inmediatos ni futuros, pero que si para las demás suponía un problema tan grave mirar por ella quizás no debía quedar más con nosotras.
 
 
En fin, ella estuvo en el perfecto papel de madre representando su razonable "yo por mi hija, mato". ¿Quién no antepone el bienestar de sus hijos a los suyos propios? ¿Quién no mira por que sus hijos sean felices? ¿Quién no mira por que sus hijos tengan una vida normal, rica, sociable y completa?  
 
Es absurdo pero dos chicas del grupo defendieron a la persona que inició el debate con sus ilícitas críticas. Yo me quedé sorprendida. La mamá de la niña con celiaquía más, claro.
 
Epílogo: la "conspiradora" que inició el declive del grupo escribió su versión de compendio del por qué ella tenía razón (sin tenerla) cuando criticó una postura -al parecer- irracional sobre el hecho de mirar por el bienestar de una niña de cuatro años con celiaquía añadiendo, además, que ella es libre (y lo digo en versión bastante resumida) para hacerse todas las fotos que quiera porque ella lo vale (no tiene caso explicarlo pero esta chica se quiere mucho; que está muy bien, oye. Cada uno se quiere cuanto quiere).
 
La trama se termina con un portazo virtual. Vamos, que la "conspiradora" abandonó el grupo del whatsapp una vez soltó su epítome personal de los hechos.
 
 
Hipocresía, idiosincrasia, mentira, falsedad, orgullo... Está claro que la raza humana aún tiene mucho que aprender. No me avergüenza el hecho de haber tenido relación con personas así porque, al fin y al cabo, todos nos equivocamos (yo lo hago a menudo). Lo que sí me avergüenza es saber que, pasado un tiempo y tras madurarlo (o eso se supone), esas personas (vosotros sabéis quiénes) siguen llenas de razón, continúan desacreditando a la otra parte y, además, son incansables en su fin.
 
Quiero creer, eso sí, que aún hay esperanza en la raza humana. Quizás en esas personas no, en muchas otras tampoco, pero en algunas...
 
 

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