martes, 16 de abril de 2019

Aprendizaje


"Una caída, una lección" es lo que la vida nos enseña con los años. O lo que intenta enseñarnos, al menos.

Como dicen por ahí, algunos nacen con estrella y otros estrellados. Esto no significa que "la estrella" ostente siempre el pódium y "el estrellado" haya nacido para estar en el fango. Cada cual se labra su propio destino y voy a demostrároslo.
 
La civilización ha cambiado con cada generación. Los valores de antes no son los de ahora y la enseñanza que se aplicaba antaño, desde luego, no es la que ahora se practica. Y sin embargo, no es malo -o bueno- ni el antes ni el después. Personalmente, creo (estoy convencida) que el fallo está en cómo nos enseñan a crecer y esta lección solo puede enseñarse en casa.
 
No nos enseñan a fracasar, a perder, a caer. No nos enseñan a tomar decisiones, a valernos por nosotros mismos, a pensar. No nos enseñan a decidir. Y si no nos enseñan todas estas cosas, ¿qué hacemos? Quedarnos como pasmarotes cada vez que nos sacan a manotazos de la rutina. Da igual cómo lo hagan: la cafetera del bar de siempre se ha estropeado, nos han puesto un examen sorpresa, el jefe nos ha cambiado de departamento, nos hemos quedado sin trabajo, nos hemos quedado embarazados sin buscarlo... El caso es que si no sabemos decidir, si no nos han enseñado a actuar, ¿cómo nos afrontamos a esos traspiés?
 
¿Nos pedimos un té en vez del café de siempre? ¿Plasmamos en el papel los conocimientos aprendidos durante el curso y nos aplicamos más la próxima vez? ¿Damos lo mejor de nosotros mismos en ese nuevo departamento? ¿Aprovechamos la oportunidad para buscar trabajo en lo que de verdad nos gusta? ¿Analizamos la situación y pensamos en el bienestar de ese bebé? ¿O nos aturullamos y lloramos en la privacidad de los lavabos de cualquier bar de carretera?
 
No quiero asustaros, pero la sociedad se va a la mierda.
 
Dejamos pasar los días con prisas, sin detenernos a pensar qué estamos haciendo, qué queremos, qué buscamos, por qué luchamos... Nos caemos y nos levantamos porque tenemos que hacerlo, pero seguimos corriendo en la misma dirección, con el mismo objetivo y con la misma mochila a cuestas. ¿Por qué? ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué no nos paramos a pensar qué estamos haciendo, por qué nos hemos caído, cuál ha sido la causa, qué podemos cambiar para evitar caernos de nuevo en el futuro...?
 
No pensamos las cosas.
 
Nos dejamos arrastrar por una sociedad que sufre los mismos problemas que nosotros. Y nos dejamos arrastrar porque es lo fácil, lo que nos han enseñado, los que nos dicen que debemos hacer. ¿Pero quién? ¿Por qué?
 
Cuando yo era pequeña, recuerdo que mis padres nos animaban a mis hermanos y a mí a salir a la calle para jugar. Un palo, una piedra, las avispas del pueblo, la bicicleta BH (¿quién no tuvo una?)... Nos entreteníamos con cualquier cosa y cualquier cosa nos valía también para discutir. ¿Qué hacían mis padres? ¿Qué creéis que hacían? Nos dejaban a nosotros resolver nuestros propios conflictos. Ojo, que parece fácil, pero somos cinco hermanos y nos llevamos apenas un año cada uno. Imaginaos el panorama cuando el pequeño tenía solo cinco años. ¡El apocalipsis humano! No obstante, esta tipo de educación nos enseñó a exponer el problema, a darle soluciones, a usar estrategias, a imponer nuestra opinión (intentarlo, al menos)... Nos enseñó a tomar decisiones y acatar las consecuencias.
 
Sí es cierto que hay gente que nace con estrella y gente que nace estrellada, pero ni a la primera pueden asegurarle un futuro prometedor ni a la segunda pueden garantizarle un asco de vida. Al final, nuestro camino está decorado con las decisiones que tomamos, buenas o malas.
 
Eres tú quien decide cómo quieres ser, cómo quieres vivir, por qué quieres luchar y qué estás dispuesto a hacer por conseguirlo, incluso quien decide quién quieres que camine a tu lado. Son tus caídas las que moldearán tus valores y serán estos los que guiarán el efecto de cada causa con la que te topes.
 
¿Que eres una persona con mala suerte? Pues bien. Aprovéchala en tu propio beneficio. Dale la vuelta a la tortilla. Tómatelo con humor. Pero no te atragantes con tus lamentos porque acaban enquistándose y, al final, sangran y te desgarran las entrañas. Todo para nada. Para sufrir.
 
Decide, porque siempre puedes decidir. Tomar decisiones no es malo y el éxito está asegurado. Al fin y al cabo, la meta es tuya.
 
Camina, avanza, cae, levántate, observa el mundo, detente, piensa, sonríe, no dejes de andar, conoce, descubre, curiosea, ríe, disfruta, decide el camino, cambia si no te gusta, dedícate a ti, escucha, habla, siente...
 
El mundo te ofrece un millar de posibilidades. Solo tienes que tener bien abiertos los ojos y estar dispuesto a verlas. Y decide. Si no decides, si no eliges, ni siquiera el fracaso llevará tu nombre.
 
 

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