Misma persona. Mismo supuesto. Y en cambio, distinta situación.
Nos bombardeamos a nosotros mismos.
Nos levantamos cada día con la premisa de que debemos vivir la vida al máximo, pues esta es fugaz y efímera. Así que dormir la siesta se considera una pérdida de tiempo del mismo modo que dar prioridad a la cabeza en lugar de al corazón es ofrecer a los demás la oportunidad de definirte de frío y calculador. Y no, señores. Nada más lejos de la realidad.
Cada situación tiene su momento... y cada persona, también.
Nadie más que nosotros mismos sabemos qué necesitamos y en qué momento, pues nadie más que nosotros conoce el contenido de la mochila que llevamos a la espalda; lo que nuestro refranero define como "cada uno sabe dónde le aprieta el zapato".
¿Y qué si mi cabeza me dicta una cosa que mi corazón se niega a aceptar?
¿Y qué si mi corazón me grita algo que mi cabeza se niega a escuchar?
¿Voy a tener una calidad de vida pésima?
¿Voy a vivir peor... o menos tiempo?
¿Mi reloj vital va a detenerse?
Tenemos cicatrices -a veces insalvables- y es nuestra responsabilidad saber qué lugar deben ocupar en nuestra vida y qué importancia deben tener en ella. Si marcarán nuestro futuro o solo nuestro "yo" de hoy. Si nos ahogarán en una sangre que no ha coagulado bien o si, por el contrario, las hemos mimado hasta cerrarse por completo.
Cada uno sabe qué tamaño, forma y profundidad tiene cada cicatriz. Y del mismo modo que dejamos sanar una herida al aire libre, las llagas internas necesitan su tiempo de curación, su aire.
Hay quienes piensan que es miedo. Yo creo que más bien es sensatez.
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