Corrí hacia ti por miedo, no por ganas. Apoyé mi frente en tu pecho y aferré tu camiseta en dos puños para ocultarme.Te sorprendiste. ¡Cómo no hacerlo! Ni yo soportaba estar cerca de ti, ni tú me hacías creer que lo hacías lejos.Pero quería esconderme, necesitaba desaparecer.
Cuatro pasos detrás de ti estaba él, mi peor pesadilla, el hombre que me había marcado para siempre.Y estaba aterrada.
Susurraste en mi oído algo que no entendí, quizás porque en el fondo no era consciente de tu presencia, y no te apartaste. Insististe, pero no tenía oídos para ti.
Él. Cerca. A tres pasos de mí. Ignorante de mi presencia y mi miedo. Alejado del efecto que me causaba.
-Tiemblas.
-N-no te muevas -te rogué agitada.
-¿Qué ocurre?
No me paré a pensar qué hacía él allí ni con quién; solo le sentí, le vi. Y de repente tú. Caminando hacia mí sin verme, distraído. Disponible.
Tus amigos pasaron de largo. Tú no. Te dejaste hacer, como quien no tiene opciones o no las encuentra. Me oculté en tu cuerpo y recé a mil dioses distintos para que él no me viera. Lo importante era él. Siempre él. Yo estaba aterrada, paralizada.
Dos pasos.
Él no debería estar aquí, aunque tú tampoco. Pero donde tú eras un mal aceptable, él era una catástrofe aniquilante. Contigo recibía bien los golpes, siempre verbales. Los de él me destrozaban, a caballo entre los puños y las palabras.
-¿Qué ocurre? ¿Qué pasa? -volviste a preguntar intentando apartarme de ti, quizás para enfrentarte a mí.
-Él... -murmuré entre dientes sin dejar de aferrarme a tu camiseta cuando encajé el significado de tus palabras- quiere matarme.
Un paso.
Sorpresa. Silencio. Devastación.
Los tres nos pusimos tensos cuando fuimos conscientes de los otros. Ninguno reaccionó a tiempo. Ninguno lo hizo bien. Caos.
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