martes, 16 de junio de 2020

Soñar alto



Cuando eres niña, soñar alto es tan natural como respirar.
Lo haces casi sin querer. Y cuando piensas en ello quizás hasta lo sueñas con más ganas. Sueñas con tener un puesto de frutas, con hacer los mejores peinados a tu Nancy rubia, incluso con tener tu propio negocio. Puede que uno dedicado a la felicidad de los demás: un organizador de bodas o uno de fiestas y eventos importantes. Claro, que a esa edad cualquier celebración es importante, tan grande como el amor y el cariño que pones en que todo funcione como un reloj.


Cuando creces, tus aspiraciones mutan pero no desaparecen. Quizás cambien su prioridad o su urgencia por hacerlas realidad, pero de ningún modo desaparecen. La pareja, la casa, los niños, el perrito, la valla blanca... Todo cobra una nueva dimensión, un valor enorme, y también quieres tenerlo. Sueñas con tenerlo. Todo. Porque no quieres ni puedes renunciar a nada. Cada parte forma parte de un todo que ha de seguir unido para satisfacerte. Nada puede desmembrarse, no si quieres ser feliz.

Pero en edad adulta tu forma de pensar cambia. Has cometido errores, te han decepcionado, has tenido que renunciar a sueños por el camino... Ya nada es fácil ni sencillo. Todo requiere un esfuerzo, y a veces el resultado no lo merece. Te frustras. Te enfadas. Pataleas. Pero los sueños siguen germinando, como en un jardín onírico que no necesita agua ni cuidados. Crecen y crecen por el simple placer de querer hacerlo. Con esperanza, anhelos, instinto... El jardín siempre está verde, frondoso, hermoso, y en el fondo tú quieres que se mantenga así, así que sigues soñando. Quizás algo diferente, pero nunca dejas de soñar alto.

¿Y tú? ¿Sigues soñando alto?

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