sábado, 17 de octubre de 2020

El pueblo que no aparece en los mapas

 


En este lugar que no sale en los mapas, donde el movimiento de las agujas del reloj no hace balance, donde el silencio vale mucho más que el ruido y frenar compensa, el mundo gira a un ritmo distinto. En este pueblo vuelvo a ser yo, y puedo respirar.

¡Qué ironía! Cuando más perdida he estado, más «yo» me he sentido.

Puedo gritar como una loca en medio de la plaza y no sentir el peso de miradas censoras en mi espalda. Puedo abrazar a una vaca en el prado y no sentir rechazo. Puedo corretear sin rumbo por las calles adoquinadas de este pueblo y no tener que mirar hacia atrás con miedo o rabia. Puedo adoptar una gallina o un burro o un cerdo y sentirme bien, porque está bien.

Aquí me siento más Cora Munro y menos Hester Prynne.

Aquí me pido perdón y me perdono.

Una vez me preguntaron qué hacía falta para que fuera feliz. Este pueblo me hace feliz. Su gente, sus costumbres, su ritmo… me hacen feliz. Estar perdida en el mapa, y a la vez tan ubicada, me hace feliz.

Este pueblo, sin duda. Con sus montañas, sus casas de piedra, su diminuta plaza, su pan recién hecho, su frío temporal y su calor humano, su vegetación, sus animales, sus oportunidades...

Esa sería mi respuesta.


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