En este lugar que no sale en los mapas, donde el movimiento de las agujas del reloj no hace balance, donde el silencio vale mucho más que el ruido y frenar compensa, el mundo gira a un ritmo distinto. En este pueblo vuelvo a ser yo, y puedo respirar.
¡Qué
ironía! Cuando más perdida he estado, más «yo» me he sentido.
Puedo gritar como una
loca en medio de la plaza y no sentir el peso de miradas censoras en mi espalda.
Puedo abrazar a una vaca en el prado y no sentir rechazo. Puedo corretear sin
rumbo por las calles adoquinadas de este pueblo y no tener que mirar hacia
atrás con miedo o rabia. Puedo adoptar una gallina o un burro o un cerdo y sentirme bien, porque
está bien.
Aquí me siento más Cora
Munro y menos Hester Prynne.
Aquí me pido perdón y
me perdono.
Una vez me preguntaron
qué hacía falta para que fuera feliz. Este pueblo me hace feliz. Su gente, sus
costumbres, su ritmo… me hacen feliz. Estar perdida en el mapa, y a la vez tan ubicada,
me hace feliz.
Este pueblo, sin duda. Con sus montañas, sus casas de piedra, su diminuta plaza, su pan recién hecho, su frío temporal y su calor humano, su vegetación, sus animales, sus oportunidades...
Esa sería mi respuesta.
La vaca necesitaba tu abrazo.
ResponderEliminarSin duda no menos que yo.
Eliminar