Desgraciadamente (o afortunadamente, dependiendo del prisma con que se mire), a lo largo de nuestra vida, nos vemos obligados a vivir etapas que, de una u otra manera, nos hacen daño... y duelen.
Por desgracia, nadie nos enseña a afrontarlas o a conseguir hacerlas menos dolorosas. Simplemente, las aceptamos, vivimos con ellas... y las asumimos (algunos ni si quiera consiguen esto último).
Yo, particularmente, he vivido varias etapas dolorosas. Y contadas con los dedos de una sola mano, puedo decir que sólo unas cuantas marcaron definitivamente mi vida.
Una de ellas fue la muerte de mi madre cuando yo tenía trece años de edad. Fue angustioso vivir aquel huracán de paradojas y confusiones sin sentido. Fue algo que nadie esperaba. Desconcertante. Y por eso, quizás, el golpe fue aún más duro para toda mi familia.
Sin embargo, y a pesar de mi tierna edad, no me dejé amedrentar. Y, tras recibir aquella lección que consideré innecesaria, decidí aprender algo bueno de ella. Y así, aprendí a disfrutar de la vida cada minuto. Aprendí a ser mejor persona. Aprendí a perdonar. Aprendí a mirar la vida de frente, a los ojos. Aprendí a ser sincera conmigo misma y luchar por lo que realmente deseaba. Y eso fue lo más difícil.
Pero, a pesar de los traspiés, las caídas y los obstáculos que me he ido encontrando en el camino, siempre me he levantado y he continuado caminando, luchando. Aún lo hago.
Sin embargo, no sólo he recibido esta lección. He vivido otras muchas: parejas en las que confiaba y que me han defraudado; amigos que consideraba hermanos y que me dieron la espalda; un jefe que consideraba sincero y que me engañó mezquinamente; familia a la que abrí las puertas de mi casa y mi corazón y me traicionaron sin consideración... Y de todas y de cada una de ellas he aprendido algo bueno.
Cuando me miro al espejo y veo la mujer en la que me he convertido, me siento orgullosa. A pesar de haber vivido etapas terriblemente desgarradoras y tristes, he superado cada una de ellas y he madurado como persona, pues de cada una de ellas he aprendido una lección. Y sin ánimo de recibir más lecciones o de buscar nuevas etapas que afrontar, en ocasiones, estos períodos de transición simplemente se encaran ante nosotros, ante mí. Y nuevamente, me enfrento a ellas con decisión y valentía, pues estoy convencida de que tarde o temprano serán superadas, como todas las demás.
A día de hoy, conozco a varias personas que están atravesando uno de estos desoladores períodos. "Sé que es duro. Sé que es difícil. Pero también sé que lo superaréis y que conseguiréis ser felices de nuevo. No tengáis prisa por mirar a través de la ventana para ver qué es lo que hay detrás. Simplemente, vivid el momento, aprended de él y seguid caminando hacia adelante. Todo vendrá por sí solo.
Sé que sois fuertes, más de lo que pensáis o creéis. Y también sé que superaréis esta etapa con decisión, seguridad y firmeza. Yo os acompañaré en el camino y, si lo necesitáis, podéis apoyaros en mí. Yo os sostendré y os ayudaré. Juntos podremos conseguirlo. ¡Ánimo!"
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