sábado, 28 de junio de 2014

Inocentes verdades de niño

 
Tengo cuatro sobrinos, cuatro sobrinos maravillosos a los que adoro. Pero hay veces, lo reconozco, que sus verdades me asustan. Os pondré algunos ejemplos que he vivido estas últimas semanas con mi sobrino de tres años.

La otra mañana me estaba poniendo el bikini para pasar unas horas deliciosas en la piscina con mi sobrino y, sin avisar, me soltó de repente: "tía, ¡qué culo más grande tienes!". No pude más que mirarle asustada a los ojos con la esperanza de que se riese, asegurándome así que había sido una bromita típica de su edad. Sin embargo, con su inocencia fraguada y ese cuerpecito de fideo que tiene, me miró fijamente y sin pestañear; lo que me confirmó que realmente ese pequeño renacuajo piensa eso (y eso que sólo me sobran un par de kilitos. Que culo, culo, no tengo tanto).
 
 
Sin embargo, cuando -sin razón aparente- (y lo hace muchas veces, gracias a dios) te abraza con fuerza y te dice "te quiero", todos esos comentarios tan... difíciles de aceptar como verdades, se olvidan. 
 
Otro ejemplo curioso es cuando otro día este mismo sobrino le pregunta a su madre cuándo van a irse a casa porque tiene hambre. Su madre, tranquila, le contesta: "cuando la tía se vaya a casa, subimos, ¿vale?".  Y el pobre, sin ninguna maldad, se me acerca y me dice con voz cansina: "Pilar (alargando la "a"), ¿por qué no te vas a casa? Se te va a hacer tarde". Estos momentos son los que aprovecho para vengarme contestándole cosas verdaderamente absurdas. Porque sí, señores, él se vengará mañana o pasado. De eso estoy segura. No lo hará con maldad, por supuesto, pero me la devolverá seguro.
 
 
Reconozco que, a pesar de su tierna edad, tiene ideas descabelladas y una inocencia plausible que, a veces, da hasta miedo.

No hace mucho, le ofrecí elegir entre ver la televisión y comer después o comer primero y luego ver la televisión. Por supuesto, no deja de ser un niño de tres años, eligió la primera opción (parece ser que alimentarse no entra entre sus prioridades). Mientras subíamos a casa, le estaba recordando que teníamos que sacar al perro y comprar el pan. La idea no pareció atraerle mucho. Es más, empezó a frotarse la tripa y a quejarse de un horrible dolor estomacal debido al hambre que tenía. Su alimentación ahora sí era prioritaria. ¡Ay! No me olvidaré nunca de su cara. No, no lo haré. No podré olvidar la cara que puso cuando le dije con voz tranquila y... preocupada: "Ay, mi niño. Pobrecillo. Bueno, no pasa nada. Tú comes tranquilamente, nos olvidamos de la televisión y yo saco al perro. Luego te echas un rato la siesta y a ver si así se te pasa el dolor de barriga". Intentó aparentar seriedad (lo reconozco: tiene dotes de actor). Sin embargo, la jugada le salió fatal cuando le entró la risa floja, confesando así que todo había sido una pantomima.

 
¡Y es que son muy listos! Buscan nuestros límites, mienten sin piedad y, cuando les interesa, son sordos. Eso sí, lo compensan cuando te buscan para que sanes sus heridas con el poder curativo de la famosa cancioncilla "cura sana, culito de rana, si no te curas hoy, te curarás mañana" o cuando te abrazan con fuerza y te dicen que te quieren sin motivo aparente.
 
Y es que, a pesar de que son niños, no dejan de ser personitas que sienten, necesitan y quieren. ¡Y yo los adoro por todo ello!
 

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