Cuando era pequeñita, me asomaba a la ventana de mi habitación y soñaba despierta. Adoraba a la luna y le pedía, entre secretos, que hiciera posibles mis fantasías. Y, cuando ésta se llenaba y alumbraba la oscuridad con su fulgor, me convencía de que esa noche mis sueños sí se harían realidad pues, si era posible que ella se convirtiera en algo tan hermoso, ¿por qué no iba a ser posible... que yo lo hiciera también?
Con el tiempo, aprendí que los sueños eran difíciles de alcanzar. Había que lucharlos y ganarlos. Pero incluso poniendo la piel en ellos, muchas veces no éramos capaces de hacerlos realidad.
Sin embargo, he aprendido la importancia de tener a tu lado gente a la que le importes. Personas que te apoyen, te animen e incluso te ayuden. Personas que, cuando caigas, sepan ayudarte a levantarte o que, cuando llores, sepan hacerte reír de nuevo.
Y el hecho de que esas personas estén a tu lado luchando contigo, peleando contigo, soñando contigo,... harán posible que te hagas más fuerte. Y siendo más fuerte, serás más capaz de alcanzar tus fantasías con más energía e ilusión. Será más fácil.
Pero, ¿de qué sirve alcanzar un sueño si no puedes gritarlo? ¿Si no puedes celebrarlo? ¿Si no puedes compartirlo?
A lo largo de mi vida he alcanzado muchas metas que me había propuesto. He luchado por ellas y he sufrido también, pero las he logrado. Y sé, por experiencia, que si no tienes a alguien a tu lado a quien contárselo, con quien celebrarlo, en realidad, ese sueño pierde fuerza, resplandor y esencia. ¿Y qué queda? ¿Qué queda entonces?
Los sueños son para soñarlos, para compartirlos y para celebrarlos. No dejes de soñar. No dejes de perseguir lo que anhelas. Pero, sobre todo, apóyate en aquellos que te quieren y celébralo con aquellos que crean en ti. El sueño se volverá mil veces más extraordinario.
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