jueves, 12 de febrero de 2015

De terapia con mi perro | Therapy with my dog

 
Hace poco más de cinco años, y más por las circunstancias que me acribillaban, decidí comprarme un perro. Estuve mucho tiempo dándole vueltas; un perro era (es) muchísima responsabilidad.
 
En aquella época, yo viajaba muchísimo, salía a menudo de fiesta con mis amigos, dormía a pierna suelta,... Sin embargo, me convencí de que las aportaciones que éste podía darme eran muchísimo más numerosas que las desventajas que podría ocasionarme. ¡Y no me equivoqué!
 
Después de estudiar las necesidades de la raza, el tamaño, el coste alimenticio y veterinario,... Me decidí por un macho de raza cocker spaniel inglés: Ray-Charles de Salazar.
 
 
Ray, que es así como le llamamos cariñosamente, es un perro excepcional. Inquieto y juguetón debido a su raza, es un perro enormemente cariñoso. Le gusta correr, jugar, estar en el agua,... Pero, sobre todo, lo que más le gusta, es hacer reír a la gente.
 
Desde muy pequeño, ha sido adiestrado para hacer "tontunas perrunas": hacerse el muerto, saludar, hacer ocho entre las piernas,... Y al ver la reacción de la gente que le miraba y le aplaudía con entusiasmo, sus ansias de aprender más y animar más crecían con él.
 
Ray es un "valgo-para-todo" que...
 
 
Ahora, una vez más, he vuelto a recordar por qué me compré a Ray, por qué entró en mi vida y por qué dejé que lo hiciera.
 
Ray es una de esas decisiones que tomas de la que no te arrepientes jamás. Es más, es una de las pocas decisiones que he tomado en mi vida de la que no me he arrepentido nunca.
 
Al contrario de las personas, Ray es un amigo que nunca te abandona, siempre te mueve el rabo y su saco de cariños nunca se acaba. Siempre tiene un momento para ti y, aun sin tener una explicación coherente o científica para ello, siempre está ahí cuando le necesitas.
 
Es cierto que el vínculo que se crea entre perro-dueño es muy fuerte y es cierta también aquella frase que dicen de "los dueños se parecen a sus perros". Curiosamente, yo también soy una payasa y me encanta hacer reír a los que me rodean. Y, aunque no mueva el rabito como él (todo se andará), yo también soy cariñosa y divertida.
 
En estos cinco años, he aprendido a madurar con él, a crecer, a abrirme más a las personas,... Ray ha sido la llave de una puerta que jamás pensé que abriría. Y, aunque ahora nuestras vidas sean complicadas y difíciles ahora mismo, estoy segura de que el destino -al final- nos pondrá en su sitio.
 
Gracias, Ray, por ser mi perro terapéutico y por escucharme sin entender. Gracias por tus lametazos, tus movimientos de rabo y tus ladridos entusiastas. Gracias por tus ganas de jugar, de salir, de correr y nadar. Gracias por estar ahí. Gracias por ser tú. Gracias.
 
 

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