miércoles, 15 de abril de 2015

¿Tomas algo para ser feliz? Sí, decisiones.

 
Recuerdo que cuando era pequeñita ansiaba con afán ser mayor, llegar a la mayoría de edad y hacer las cosas que hacían los mayores: aquellas cosas con las que siempre argumentaban "cuando seas mayor..." para callarnos la boca. Lo deseaba como si el hecho de cumplir los dieciocho años fuera algo inalcanzable a lo que muy pocos tenían acceso (yo, por supuesto, no lo tenía. Era una mocosa preguntona con anhelos descabellados que apenas alcanzaba la década).
 
Ahora, deseo lo contrario. Deseo volver a ser pequeña. Es así de paradójico (qué rarita soy, ¿eh?).
 
A lo largo de mi vida y ya desde muy jovencita, mi vida ha estado marcada por la toma continua de decisiones; como una lluvia inagotable de estrellas, una detrás de otra. Y aunque evidentemente he tomado decisiones buenas, también las he tomado malas, ¡terribles!
 
Ahora, con mis treinta y cuatro años de edad, puedo decir que sí, que la vida es una puesta a prueba, un examen continuo de preguntas y respuestas tipo test que no podemos ignorar, una constante toma de decisiones. Y agota. Mucho. Demasiado.
 
Normalmente, como humanos que somos, solemos actuar como ovejitas: pura imitación. Nacemos, crecemos, deseamos ser mayores de edad, cumplimos los dieciocho, nos desbocamos, cometemos locuras (muchas), nos damos contra la pared (hasta atontarnos), tropezamos, nos levantamos, volvemos a caer, nos arrastramos, nos rendimos, nos animamos a nosotros mismos, nos volvemos a poner en pie,... y así hasta la eternidad. Y aunque el hecho en sí de caer y levantarnos suele ser revelador (al menos, productivo; o eso se pretende), nos deja repletos de moratones, magulladuras y heridas -a veces- que no se cierran jamás. Y mi piel (y yo) estamos cansadas de sufrir, oye.
 
Ya estos últimos meses, lo sabéis, estoy sometida a muchísima presión y, aunque pretendo tomar cada decisión a su debido tiempo (cuando no me queda otra), el hecho de saber que tendré que hacerlo -ya de por sí- agota (¡benditos fisioterapeutas, masajistas y hombres de buena fe que relajan mi "musculatura corpórea" semana sí, semana también!).
 
Y aunque reconozco -y sé- que de todo se sale, el camino hasta la salida se me está haciendo largo (larguísimo), tortuoso y lóbrego.
 
¡Qué fácil es tener cinco años, cuatro, ¡tres!, y pedir a tu mamá (a voz en grito, eso sí, por si no se entera la pobrecita) agua, pis, chicha y tren/muñeca (dependiendo de si eres niño o niña)! ¡Qué tranquilidad! ¡Qué liberación! Que tu única preocupación sea que no quieres subir del parque a casa, que no quieres comerte el pescado que te han hecho los papis para cenar o que no quieres irte tan pronto a la cama me parece encomiable, digno de envidia.
 
Pero que, además, lo desees cuando casi has duplicado la edad que deseabas alcanzar cuando eras una cría, es... triste, para qué nos vamos a engañar.
 
La ciencia está deseando inventar una máquina del tiempo para descubrir cómo es el futuro. Ojalá la inventen para permitirnos regresar al pasado. ¡Lo que no daría yo por un viaje de esos!
 
 

1 comentario:

  1. Las decisiones se toman para continuar el camino de la vida...

    ResponderEliminar