miércoles, 10 de junio de 2015

Cita a ciegas

 
 
Una cita a ciegas se define básicamente como una reunión de dos personas que no se conocían de antes. En este tipo de citas suelen entrar en juego el estrés, el autoestima, el temor a lo desconocido y la emoción. Pero, ¿y si hablamos de citas a ciegas pero no a lo que nosotros conocemos como tal?
 
¿Y si hablamos de citas a ciegas entre perros?
 
Es cierto que entre animales los detalles más embarazosos se simplifican. No importa la vestimenta ni el perfume ni el peinado. Bueno, este último sí. Que si vas a cruzar a tu dulce princesita con un clon del hermano pequeño de Pumuky, la cosa cambia bastante.
 
 
Sin embargo, la ropa, el perfume, los modales, los detalles,... esencialmente sobran. Los perros no piensan en esas cosas, ni falta que les hace, aunque algunos de sus dueños sí lo hagan.
 
Los perros sencillamente van a lo que van. Si la hembra está en celo, ¡toma! Y si no lo está, también. De propina. Por si acaso la próxima vez la pillan con el día cruzado.
 
Hoy, mi perro, la luz de mi ojos, la alegría de mi casa, mi razón de vivir, ha conocido a una posible novia.
 
 
En circunstancias normales (si mi perro no fuera un perro; me refiero a un animal de cuatro patas), yo estaría sacándole los ojos a la susodicha, echándole un mal de ojo a todas sus generaciones futuras y repetiría una y otra vez frases tipo "pues esa chica tiene algo que... no sé, algo esconde" o "uy, ¿no es demasiado sosa para ti?". Vamos, lo que viene siendo hacer a la perfección el papel de posible futura suegra (ni en sueños, por supuesto).
 
Sin embargo, mi perro es un perro y es un perro como tal: peludo, inquieto y juguetón (esta descripción me recuerda bastante a alguien, la verdad, y no es un animal). Por eso, en contra del mal karma que persigue a las suegras, a mí, mi yerna (como diría mi ex-suegra) me ha encantado. Guapa, lista y con un porvenir de ensueño que, traducido al mundo canino, se interpreta como bonita, limpia y buenas caderas para parir. ¡Y mi perro tan contento! Que el jodío le hacía arrumacos hasta al poste de la luz.
 
Y ahí estaba, haciendo el papel de Don Juan como sólo él sabe. ¡Menudo salero! ¡Y qué sinvergüenza!, la verdad. Porque no es porque sea mi perro pero es que al caradura conquistar se le da de miedo. ¡Y miedito me da a mí! El bribón te pone ojitos y te deshaces enterita. Que lo tiene hasta estudiado.
 
Es como meter en una coctelera un poquito de Nacho Vidal (no digo qué parte exactamente), la mirada de Hugo Silva y el toque de glamour y seducción que sólo posee George Clooney. ¡Vamos! El varón que toda mujer querría tener en su casa.
 
Y es que Ray, mi perro, es un conquistador nato y los preliminares le sobran sí o sí. Sin complicaciones. Sin explicaciones. Sin comeduras de cabeza post-coito.
 
Así que, señores, señoras, en contra de toda natura, es más fácil una cita a ciegas entre perros que entre nosotros, los humanos,, que nos complicamos la existencia con detalles sin importancia real. Ellos sí que saben vivir. Nacen, quedan, se reproducen (muchas veces, si es posible) y duermen. Y nosotros no. Nosotros nacemos, nos complicamos, nos acicalamos, huimos despavoridos, nos volvemos a complicar, volvemos a quedar, volvemos a dar plantón o a recibirlo y nos morimos del asco en casa, que la cosa está difícil y no está el horno para experimentar.
 
En fin, os dejo que mi hermana me ha organizado una cita con un vecino suyo y aún tengo que arreglarme y no sé ni qué ponerme. Me pondré cómoda por si tengo que salir corriendo por cuarta vez como en Novia a la fuga.
 
 

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