sábado, 20 de junio de 2015

Las decisiones más importantes de mi vida

 
Hace poco leí un artículo en el que Enrique Rojas definía la felicidad como un resultado, una consecuencia, y no un casualidad del destino o del azar. Aseguraba, argumentándolo muy concretamente, que la felicidad es un producto conjugado por las respuestas de cuatro preguntas  muy explícitas y necesarias (y cito textualmente):
  • ¿Qué quiero ser?
  • ¿Con quién deseo pasar la vida?
  • ¿Qué fundamentos y principios elijo para funcionar en la vida?
  • ¿Qué tipo de amigos quiero seleccionar para tenerlos cerca?
Este artículo me hizo pensar. Y me hizo pensar mucho.
 
Estoy en una etapa de mi vida en la que los cambios me abruman tanto o más que la necesidad que tengo de ellos: salud, trabajo, futuro, amigos, amor,... y quizás por eso intento racionalizar -de manera obsesiva, todo hay que decirlo- todo lo que me pasa, por qué me pasa y cómo puedo aprovecharlo, qué esencia puedo sacar o cosechar con ello.
 
Esta metamorfosis continua ha provocado que se sucedan las ocasiones en las que me pare de pie en mitad de mi salón, de la calle, del pasillo de mi oficina,... y mire a mi alrededor, pero con los ojos cerrados. Es entonces cuando dejo que todo lo que me rodea me absorba. Y después, envuelta por esas sensaciones de tranquilidad, sosiego y estabilidad, piense.
 
¿Qué quiero ser?
 
 
Los que realmente me conocen tienen una idea liviana y reducida de lo que realmente quiero ser pues, aunque esta pregunta tiene muchas respuestas y todas ellas con matices distintos, todas se unen en un mismo punto: un yo común. Y es un "yo" muy difícil de definir y, sobre todo, de compartir con nadie.
 
¿Qué quiero ser como persona? ¿Qué quiero ser como profesional? ¿Qué quiero ser como compañera?
 
Mi yo, el centro de mi misma, mi núcleo, es muy transparente. Si no existiesen el resto de las capas que lo cubren (personalidad, sentimientos, decisiones, errores, aciertos...) se vería con precisión un corazón inmensamente generoso, con ganas de vivir, con ganas de hacer feliz y ser feliz y de grandes inquietudes y ambiciones.
 
¿Qué quiero ser? Esta pregunta es fácil de responder: FELIZ. Lo difícil sería responder cómo o qué voy a hacer para conseguirlo.
 
Ahora bien, si esta pregunta se refiere a la vocación profesional, que es realmente a lo que Enrique Rojas se refería en su artículo, la respuesta sería más sencilla y clara. Al menos, la mía.
 
Todos tenemos un sueño. Primero, de niños. Bombero, médico, periodista, peluquero e incluso malabarista del Circo del Sol. Cuando somos adolescentes, esos sueños van mutando y se van convirtiendo en una realidad más cercana y factible. Médico de familia, profesor, policía o filólogo, da igual, pero las aspiraciones son más auténticas. De adultos, esos sueños se convierten en una lucha que va magullada por las decisiones de nuestra pubertad, normalmente decisiones empujadas por nuestras ganas de vivir la vida más deprisa y a lo loco, sin definición. Quiero ser médico pero no estudié lo suficiente. Quiero ser escritor pero no se me dan bien las letras. Quiero ser cantante pero realmente grazno más que canto.
 
En mi caso, mis decisiones fueron arrastradas por un trabajo temprano que me sirvió de mucho como persona y bien poco como luchadora de mis propios ideales. Mi trabajo me encantaba. Lo adoraba. Sin embargo, el dinero fácil (y un trabajo que me satisfacía como persona y profesional, he de confesar) me impidió preguntarme a mí misma si eso realmente era lo que quería hacer, lo que realmente había soñado toda mi vida. Por supuesto, no.
 
Fue el momento en que me vi con una mano delante y otra detrás, doce años después, cuando me hice esa pregunta: ¿Qué quiero ser? ¿Qué quiero ser realmente? Y, cuando lo supe, cuando lo recordé, me puse manos a la obra.
 
Ahora, cinco años después, sigo luchando por ese sueño, un anhelo que corre por mis venas con más energía cada día. Y que, a pesar de que me produce un pavor tremendamente difícil de controlar por la responsabilidad que conlleva, contrarresta con la satisfacción del resultado, del fruto del mismo.
 
¿Qué quiero ser? Eso lo tengo claro.
 
¿Con quién deseo pasar la vida?
 
 
Eso ya es más difícil de responder. Como dice Enrique Rojas, el amor sentimental debería explicarse con un libro de texto en la escuela. Así sería más fácil de sobrellevarse y/o de reponerse o aprender de él. Al menos, lo viviríamos de otra manera.
 
En la adolescencia, el amor lo vivimos con locura, sin fundamento, sin instrucciones. Nos dejamos llevar tan rápida y puramente que el golpetazo del después es brutal. Es como tirarte a la piscina sin saber si tiene agua o no. El resultado, casi siempre, duele. Y duele con ferocidad. Quizás porque nos tiramos de cabeza y acabamos cayendo de panza. Y eso si tienes suerte y hay agua.
 
La capacidad de amar que tenemos de jóvenes a la que tenemos de adultos varía con la experiencia, con la visión que se tienen de las cosas desde fuera, desde otra perspectiva. El que creíamos que era el amor de nuestra vida, con los años se ve diferente. 
 
¿Con quién deseo pasar la vida? Con alguien que me conozca de verdad, eso lo tengo claro (aún no he conocido a nadie que me conozca realmente). Con alguien que me quiera. Con una persona cuyos dogmas de vida sean el respeto, la sinceridad y la fidelidad. Con alguien que sea feliz mimándome, amándome, abrazándome. Con alguien al que solo le baste tenerme para sentirse completo. Con alguien que no necesite más que a mí misma para ser feliz. Que sea feliz si yo lo soy. Que sufra si yo sufro. Que ría si yo río. Que sueñe si yo sueño. Que vuele si yo vuelo. Que me coja de la mano y camine el mismo camino que yo. Que mire hacia donde yo mire. Que sea empático conmigo.
 
Es relativamente fácil conocer personas que compartan tus mismas aficiones, sean las que sean. Y es más fácil todavía que alguna de esas personas resalte sobre las demás por algún motivo: su simpatía, su risa, el color de sus ojos, su forma de andar,... ¡Lo que sea! Lo difícil, lo verdaderamente complicado de conseguir, es encontrar a una persona que con mirarte sepa cómo te encuentras, cuál es tu estado de ánimo y qué puede hacer para mejorarlo. Eso es lo verdaderamente complejo.
 
Yo he tenido varias parejas a lo largo de mi vida y ninguna de ellas me ha dado un abrazo cuando realmente lo he necesitado o me ha dicho "todo saldrá bien" aun sabiendo que era mentira sólo para consolarme. Ninguno, ninguno de ellos, me ha conocido realmente.
 
Así que, si honestamente tengo que responder a la pregunta de con quién deseo pasar la vida, respondería con total sinceridad: con alguien que realmente me conozca y me quiera, me respete y se enorgullezca por ello.
 
¿Qué fundamentos y principios elijo para funcionar en la vida?
 
 
En mi caso, la respuesta a esta pregunta la sé desde que tenía poco más de doce o trece años. Básicamente, desde que se murió mi madre. Su muerte marcó un antes y un después en mi vida que conmocionó mi personalidad, encauzándola y redirigiéndola a un camino que yo misma elegí y construí para ella. Decidí entonces cómo quería ser y luché por ser así.
 
Muchas personas que he conocido a lo largo de mi vida se rigen por la ley del ojo por ojo, la ley del más fuerte o la del macho más dominante. Yo no. Yo tengo unos principios muy bien definidos y estructurados y no voy a cambiar por nadie; mucho menos rebajarme al nivel de quien sea.
 
Yo soy yo: sincera, transparente y directa. Y, además, creo en el karma. Si me la haces, los astros ya se alinearán para devolvértela. No seré yo quien lo haga. No seré yo quien pisoteé sus principios, sus ideales, sólo por la satisfacción de ver cómo vuelve tu propio boomerang de golpes. Siempre con la cabeza bien alta.
 
También he conocido gente "veleta". "Me dejo llevar porque es lo más fácil y sencillo". No, señores, mal. Tienes que saber quién eres, qué quieres ser y cómo quieres ser. En base a eso, si quieres ser sumiso para facilitarte el camino, estupendo, pero siendo tú mismo. No embebas la personalidad ni los ideales de otro para acallar tu propio "yo", un "yo" listo para salir de su cascarón, para volar.
 
Así bien, esta pregunta, quizás, es la más difícil de responder de las que ha propuesto Enrique. En mi caso, que he sido una chica bastante más madura para su edad desde niña, siempre lo he tenido claro. Pero no todos han vivido un episodio traumático del que aprender o han tenido unos modelos de padres que les enseñaran con certeza qué era el bien y qué el mal, qué era lo mejor y qué lo peor.
 
Muchas veces, lo reconozco, este tipo de decisiones vienen empujadas por los golpes de la vida. Afortunados aquellos que no los han recibido... todavía (o no, quién sabe, quizás sea una inconveniencia para el futuro).
 
¿Qué tipo de amigos quiero seleccionar para tenerlos cerca?
  
 
Leales. Sólo existen este tipo de amigos. Incondicionales, sinceros, nobles, legales, fieles. No existen otros.
 
¿Cómo los encuentro? Abriéndote a la gente, siendo tú mismo, compartiendo pedacitos de tu vida,...
 
No es fácil encontrar un amigo, eso está claro. Es como buscar una aguja en un pajar. Pero haberlos haylos.
 
Personalmente, clasificaría a los amigos por temporalidad en el tiempo, por acciones, por insistencia, por lealtad...
 
A mí, por ejemplo, me entristece el "amigo temporal". Este personaje es el típico amigo que sólo actúa como tal cuando estás saliendo con una persona común, ya sea otro amigo o tu pareja. Y, cuando esa relación se rompe, dejas de saber de él. C'est fini. Este tipo de amigo es el que, años después, te ve y actúa como si no hubiese pasado el tiempo. Pero sí ha pasado. La perspectiva también es diferente después. No erais amigos, erais colegas.
 
El "action friend" es aquel que sólo hace acto de presencia en momentos puntuales: cumpleaños, bodas, celebraciones,... El resto del año no sabes nada de él: qué hace, con quién está, en qué trabaja,... Nada. Este amigo suele ser el graciosillo del grupo y, además, siempre intenta destacar sobre los demás. Penoso, la verdad.
 
El "amigo por insistencia" es aquel que parece que es tu amigo porque tú insistes en que lo sea. Sólo le llamas tú, sólo te interesas tú por la relación, sólo sabéis el uno del otro si tú te molestas en que mantengáis contacto. Este amigo suele agotar con el tiempo y, pasados los años, acabas perdiéndole la pista. "También me puede llamar él" o "el teléfono recibe y emite llamadas por igual" son frases muy repetidas cuando nos referimos a esta clasificación. Agotan y, normalmente, ni se dan cuenta.
 
Los "amigos leales" son los que se pueden contar con los dedos de una mano y aún así sobran dedos. A veces, cuatro. Estos amigos siempre están cuando les necesitas, siempre te apoyan y se interesan por ti. Por supuesto, también están para lo bueno. Ellos hacen su vida mientras tú haces la tuya, pero siempre sabes que puedes contar con ellos, en cualquier momento y en cualquier lugar. Son definitivamente fieles.
 
Últimamente yo he estado recapacitando sobre el tema "amigos". Conozco muchísima gente pero, sorprendentemente, estos últimos meses estoy teniendo más contacto con personas que creí que solo eran colegas que con mis amigos de verdad, los de siempre. Esto me entristece. Mis "amigos leales" saben cómo estoy, qué estoy viviendo y cómo me siento. Sin embargo, son otras personas las que se están "molestando" en preguntarme cómo estoy o las que están ocupando mi tiempo (y yo el suyo).
 
Es cierto que cada uno tiene su vida pero ¿tanto? Mi padre dice que soy demasiado generosa con mi tiempo y con mis cosas y que eso no se valora. Quizás sea cierto. Quizás espero de las personas lo mismo que yo les doy a ellos. Quizás espero demasiado de la gente en general. Tendré que recapacitar sobre ello.
 
Conclusión
 
 
Mi vida está claramente estructurada, como los tomos de una enciclopedia o los fascículos de una revista. Sólo tengo que catalogarlos y encuadernarlos.
 
Las decisiones más difíciles, qué quiero ser y con quién deseo pasar la vida, las tengo claras. El tiempo sólo ayudará a que mis objetivos se vayan cumpliendo y, con eso, mi felicidad se vea más cercana y palpable. Y no quiero decir con esto que ahora no sea feliz, sino que seré plenamente feliz.
 
Como dice Enrique Rojas en su artículo (y cito textualmente), "si el orden es el mejor amigo de la inteligencia, acertar en las grandes decisiones es propio de una cabeza clara y bien dibujada".
 
 

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