Dicen por ahí (en blogs, libros, leyendas urbanas, cuentos chinos,...) que el Destino es una moneda de dos caras, una pregunta sin respuesta, una habitación con muchas salidas, una carretera de siete direcciones, nuestro reflejo en dos espejos enfrentados,...
No puedo (ni quiero) creerme que nuestro futuro ya esté elegido para nosotros. ¿Qué sentido tendría? ¿De qué serviría comernos el coco con la toma de decisiones del día a día? ¿Qué conseguiríamos? ¿Qué lógica extraña nos haría comprender que es más divertido divagar entre mil decisiones cuando el Destino ya ha elegido por nosotros una sola de ellas?
¿Existe realmente el Destino? ¿Realmente nuestro futuro está marcado, predestinado, escrito?
Si esto fuese así, podría creer (aparentemente, claro) que el hecho de haberme quedado encerrada esta mañana con mi vecino no ha sido un mero hecho del azar, sino que ha sido el Destino el que lo ha provocado. El que ha puesto a ese tío tan perfecto, con sus hoyuelos (aún más perfectos) y su sonrisa de blancos dientes (todavía más perfecta) en la minúscula cabina del ascensor (conmigo dentro, claro) justo cuando la luz de mi casa se había cortado.
Y es que ¿quién puede resistirse a esos hoyuelos? ¿Quién? ¡Vamos! ¡Por Dios! Si los anuncios de Colgate no existirían si no fuese por él. Si los trompazos no se habrían inventado si no fuese porque más de una (y de diez y de cien) había perdido más de un diente al caer (como estúpidas avispas, he de decir) a los pies del portador de tan magnífica sonrisa. Si los piropos no existirían si no fuese porque tamaña creación está pululando por ahí. ¡Y qué hombros! ¡Qué cinturita de avispa! "Ay, Pilar, que te despistas. Céntrate. Hablábamos del destino".
¡Ah, sí! El Destino. Pues eso. ¿Qué podemos entonces sonsacar de la vida? ¿De qué manera podemos exprimirla como una naranja si el Destino ya ha decidido por nosotros? ¿Qué lógica absurda nos ha engañado lo suficiente como para dejar pasar los días dándole vueltas como una noria a una idea tras otra? ¿Qué sentido tiene?
Si sigo esta lógica (y os juro que no quiero hacerlo), podría pensar que ayer mismo me salté la salida de mi casa porque al Destino le hacía gracia despistarme. O podría pensar también que la bandada de mosquitos que me picó antes de ayer mientras entrenaba me los había enviado el Destino en plan cagada de paloma; sin avisar ni nada, de imprevisto. Incluso podría creer (¡ay, Dios mío!) que el Aquarius que me he bebido hoy estaba caducado porque al Destino le parecía gracioso provocarme una gastroenteritis.
¿Quién es el Destino? ¿Qué es? ¿Una fuerza sobrenatural? ¿Un ente? ¿Dios? ¿Quién o qué decide por nosotros? ¿Es el Destino quien decide a quién le toca la Lotería? ¿Quién es rico y quién no? ¿Quién tiene intolerancia al gluten? ¿Quién a la lactosa? ¿Quién es alto? ¿Quién bajo? ¿Quién moreno? ¿Y quién rubio? ¿Es ese mismo Destino el que decide quién nace guapo o quién feo, dependiendo de cómo se haya levantado ese día? "Ale, tú guapo. Que hoy me he levantado feliz". Si hablamos de humor, todos lo sabemos, vamos mal. Estamos jodidos. El Destino es una mujer con hormonas y nos va a crujir a todos por todos lados (¡mierda!).
Y de ser así, si el Destino es una mujer, me río yo de la mala suerte. Si tiene opción a que tropieces, caigas, te rompas tres dientes y te cague una paloma en todo el ojo mientras agonizas en el suelo, todo en uno, lo hará. Créeme que lo hará. Aún no sé cómo (yo soy una mujer pero no soy perversa) pero lo conseguirá.
¡Ay de mí si esto es verdad! ¡Pobre de mí si el Destino es una mujer! Conmigo se lo está pasando pipa. Le he debido robar a algún novio en el pasado o algo así (prefiero lo del novio. Lo del algo así suena a zoofilia o a alguna perversión extraña) y, claro, se está vengando. O a lo mejor la empujé sin querer por la calle en un día de regla. O la miré a los ojos más tiempo de lo que marca la educación. O la negué un kleenex. O la llamé fea. ¡Uy, sí! Esto es muy posible. Hace unos años yo era una Marujilla que ponía verde a toda persona ajena a mí. Me aburría. ¡Qué le íbamos a hacer! Pero hace mucho tiempo que no lo hago. Ya no hablo a las espaldas de nadie (ni al pecho). Ahora lo digo todo a la cara. Y no digo cosas feas. Sólo bonitas.
¡Ay, Destino! ¡Ten piedad! Que yo soy buena....
¡Qué narices! Si el Destino no existe. ¿O sí?
Cuéntame más de tu vecino del ascensor!!!!!
ResponderEliminarHelena, ¿en serio sólo te has quedado con lo de mi vecino? ¿No has leído el resto del post?
EliminarUhmmmm, me temo que tendré que dejarte con la miel en los labios. ¡Imaginación al poder!
Un abrazo
Pilar