jueves, 24 de septiembre de 2015

¡Qué DíFíCiL eS CReCeR!

 
¡Qué difícil es crecer! ¡Qué difícil es cerrar los ojos, pensar y pensar y pensar y, al abrirlos, creer saber qué es lo que quieres (y necesitas) para ser feliz! ¡Qué difícil es dejarte llevar y conseguir con eso ser feliz! ¡Y qué difícil es ir contra corriente y ser feliz también así! ¡Qué difícil es... todo!
 
Hace mucho tiempo (muchísimo, más de lo que me atrevería a reconocer), me preguntaron qué es lo quería yo en mi vida para ser feliz. Ya sabéis, las típicas preguntas que nos hacen en el colegio, en casa o en cualquier sitio inesperado (al parecer, no lo suficientemente recóndito como para haberte podido esconder en él): ¿Qué quieres ser de mayor? ¿Dónde te gustaría vivir? ¿Cómo te ves dentro de veinte años?
 
Estas preguntas, si lo pensáis con frialdad, tienen trampa. Porque, dependiendo de qué respondas, al parecer, se puede adivinar -entre líneas, eso sí- tu carácter, tu madurez y tu manera de ver la vida (o enfrentarte a ella, no lo tengo muy claro).
 
 
- ¿Qué quieres ser de mayor?
- Uhmm, ¿feliz?
 
¡¡ANGGGG!! (alarma). ¡Error! Deberías haber respondido neurólogo reconocido mundialmente, abogado de élite o físico de renombre. El hecho de que tu deseo de futuro lo resumas en una única y sencilla palabra, al parecer, no es viable porque ¿cuántas posibilidades se encierran dentro de esa única palabra? ¿Cuántas probabilidades hay? ¡Muchas! ¡Demasiadas! La palabra no es sencilla, es complicada. Mucho.
 
Cuando la persona que me hizo la pregunta inicial insistió en que le respondiera una profesión en concreto, no pude evitar decirle, completamente patidifusa (e inocente, he de decir. Yo era muy joven en aquella época y lo veía todo blanco o negro):
 
- ¿Acaso un fontanero no puede ser feliz? ¿Un escritor? ¿Un bailarín? ¿Un dibujante? Conozco abogados tristes. Y médicos. Y si me apuras, también sé que hay gente famosa inmensamente infeliz.
- Sí, cariño. Pero me gustaría que me dijeras qué es lo que quieres ser tú- insistió con pesadez el tipo.
- Ya te lo he dicho- le reconocí sin entender qué quería de mí-. Feliz.
 
El tipo suspiró, se sentó, se frotó la cara, me miró, se volvió a frotar la cara, bebió un poco de agua, cambió de postura en aquella incómoda silla, volvió a mirarme, se levantó, se acercó a mí, me sujetó los brazos y repitió mirándome a los ojos tras otro suspiro:
- Cariño, ¿no te gustaría ser profesora? ¿O dentista?
 
¿Este tío era tonto o qué? ¿Acaso no le había respondido ya qué quería ser? ¿Acaso ser feliz no es lo suficientemente importante como para que te lo tengan en cuenta, al menos, como respuesta válida?
 
 
Le miré a los ojos y vi su desesperación. Estaba sudando, era tarde y aquello se estaba alargando demasiado. Aquel tío quería terminar cuanto antes con mi sesión de psicología infantil. Sentí pena por él, así que le di el gusto y dije rindiéndome:
- Cantante- ¡Ale! Ya lo he dicho en voz alta. Ya me podía marchar.
- ¿Cantante?- al parecer mi respuesta le había sorprendido. Y no le había gustado-. ¿En serio?
- Sí, cantante- repetí desafiándole, deseando terminar aquel interrogatorio.
- ¿Y eso por qué?- Veamos, como mi respuesta no te ha gustado, ¿tenía que responder más? ¡Joder! Dime qué quieres que diga, lo digo y nos vamos todos a casa tan contentos (vale sí, en aquella época yo era un poco... rebelde. Me rebelaba contra todo y todos. Estaba en mi carácter y no podía -ejem, quería- evitarlo).
- Me gusta dar la nota- Ups, no debí decir aquello. Lo supe en cuanto lo escupí. Aquel tipo me miró con un gesto extraño, como si me hubiesen salido dos cabezas de repente o me estuviese transformando en algún monstruo tipo Marujita Díaz o Karmele Marchante. Años y años de educación dentro y fuera de casa... ¿para responder eso? El tipo estaba muy agobiado y empezaba a desmoralizarse. Se le notaba.
Así que, deseosa de terminar con aquella tortura y queriendo -además- darle la satisfacción que quería, me sinceré con él, pero de verdad:
- Muy bien. Te lo diré si no se lo dices a nadie.
- Por supuesto que no, Pilar- me animó sin fiarse para nada de mí pero con un atisbo de esperanza en el fondo del túnel. Muy, muy, muy en el fondo del túnel-. Esta conversación queda entre tú y yo.
Mi madre era profesora del colegio donde yo estudiaba así que la posibilidad de que aquel personaje, más parecido a un espantapájaros, sin músculos ni chicha sobre sus alargados huesos, desgarbado y con gafas, que sudaba desproporcionadamente (aquel tipo tenía que estar deshidratándose por momentos) se lo dijese, eran inmensamente reales. Vamos, que se lo iba a decir.
Sopesé los pros y los contras de que mi madre lo supiera y, una vez analizados todos los puntos (que en realidad no eran muchos, para qué engañarnos), me decidí y confesé:
- Quiero ser policía.
 
Creo que fue la primera y única vez que confesé esta verdad (hasta hace apenas cinco años, claro, que se lo dije a mi familia cuando me quedé en el más absoluto paro. Ahí lo volví a confesar entre murmullos y con una vergüenza injustificada. Imagino que por miedo a sus reacciones... o a la mía, vete tú a saber).
 
Las respuestas de ¿dónde te gustaría vivir? y ¿cómo te ves dentro de veinte años? las respondí rápidamente para evitarle a ese pobre hombre más disgustos. Al fin y al cabo, aún le quedaban una veintena de niños a los que interrogar, así que ya le darían ellos "pa'l pelo".
 
 
Con casi treinta años más a la espalda, después de este sondeo de investigación al que fui sometida, me pregunto qué es lo que respondería ahora si me volviesen a formular las mismas preguntas. Mirad que le he dado vueltas y vueltas y vueltas. En serio, lo he pensado mucho. ¿Y sabéis qué? Creo que respondería lo mismo. Y a pesar de que tengo mucha gente a mi alrededor que, aunque sé que me apoyan (y lo harán siempre), me hacen ver la posibilidad de que quizás ser policía no es mi futuro (¡qué van a saber ellos! Jajajajaja), yo, Pilar Vanderhumen Divolovski (joder, no voy a poner mis apellidos reales. No vaya a ser que el psicólogo de mi infancia esté leyendo esto y le provoque un infarto de escándalo), respondería lo siguiente a las preguntas mencionadas:
 
¿Qué quieres ser de mayor? Feliz y, en todo caso, policía o escritora (eso lo tengo claro. Lo de rica y vivir en un rancho lo suprimo, no vaya a ser que más de uno se caiga de la silla del disgusto).
 
¿Dónde te gustaría vivir? En mi hogar, cerca de los míos o -al menos- con altas posibilidades de poder verles a menudo (vale, aquí lo del rancho lo elimino).
 
¿Cómo te ves dentro de veinte años? (¡vaya!) Vieja, muy vieja, terriblemente vieja. Llena de arruguitas en las comisuras de mis labios y de los ojos. Con mil historietas que contar. Y, probablemente, sí, (¿para qué engañarnos?), más loca que las maracas de Machín (que, por cierto, hace poco me enteré que el tal Machín era un cantante de boleros que manejaba las maracas igual o mejor que la lengua del que decía la famosísima frase "Si no son Micro Machines no son los auténticos" a súper velocidad).
 
 
Y ahora sí que sí... ¿Qué quieres ser tú de mayor ? ¿Dónde te gustaría vivir? ¿Cómo te ves dentro de veinte años? ¿Por qué no te gustan las pasas o las coles de Bruselas o lo que sea que no te guste? ¿Por qué vestirse mezclando colores llamativos y energizantes, o como lo conocen los pijos el color blocking, está de moda? ¿Por qué los niños son tan inocentes? ¿Por qué los sueldos medios en España son tan ridículos? ¿Y por qué las hipotecas tan desorbitadas y laaaaaaaaaaaaaargas? ¿Por qué los políticos nos roban? ¿Por qué las guerras? ¿Por qué cualquier perro puede darnos lecciones de moralidad y un humano, al menos no uno cualquiera, no? ¿Por qué los abuelos son tan adorables que los adoptarías a todos? ¿Por qué estás leyendo esto? ¿A que has vuelto a leer la primera pregunta? ¿Cómo puedes hacerme feliz? ¿Y yo a ti?
 
Ea, ahí lo dejo.
 
 

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