Debido al devastador recibimiento que tuvo la publicación Decir adiós a tu empresa con uñas rojas, del cual quiero daros las gracias a absolutamente todos los que me leéis (y seguís) y por petición vuestra a través de numerosos mensajes y correos, me he decidido por fin a escribir su relevo.
Debo reconocer que al principio estaba reticente con respecto a esta publicación, pero vuestras demandas e incertidumbres eran tan constantes y similares que, como podréis comprobar con el contenido de este post, finalmente ganaron la batalla.
Antes de nada, confesaros con absoluta rotundidad que todo el contenido de Decir adiós a tu empresa con uñas rojas en ningún momento lo escribí por desaire, venganza o desagradecimiento a mi anterior empresa. ¡Todo lo contrario! Lo redacté después de hablar con mi superior de entonces y tras decirle a él exactamente lo mismo, pero con otras palabras, cuando renuncié a firmar la renovación que él tenía predispuesta para mí.
El mundo es un pañuelo. Demasiado pequeño y curiosamente encontradizo. La densidad de España es excesivamente reducida y sus casi 46.500.000 de habitantes son desmesuradamente fáciles de hallar a la vuelta de una esquina. Las posibilidades de nuevas convergencias, por tanto, son infinitas, ¿no creéis? Esto tiene una razón de ser...
Cuando hice la entrevista, previa a mi admisión en la empresa de referencia, detallé con exactitud a mi ex-jefe todas mis aspiraciones, sin excepción: mi deseo de aprobar mi Oposición; las ganas de superarme profesionalmente y, por tanto, acudir a otras entrevistas de trabajo que lo permitieran técnica y económicamente; e, incluso, le hablé de la lista de espera en la que estaba incluido mi nombre para entrar a quirófano. No le mentí. En ningún momento. No es mi estilo, además (supongo que esto responde a una de las preguntas de muchos de vosotros).
Como expliqué en la primera publicación, no tuve una sino dos oportunidades de marcharme de allí antes de la fecha en que lo hice. Sin embargo, me pareció justo quedarme. La empresa había apostado por mí y yo quería apostar por ella; pero mis aspiraciones seguían estando ahí, más patentes y vivas que nunca: continuaba opositando y mantenía la firmeza de que yo valía más (muchísimo más) de lo que la empresa lo hacía. Las operaciones quirúrgicas, por fin, ya las había pasado con éxito.
Respondiendo a otras de vuestras preguntas, supongo que abrí los ojos y me di cuenta de que la elección (mi elección) se dividía básicamente entre la continuidad del futuro de aquella empresa o el mío propio:
- Agradecer eternamente el hecho de que me hubiesen contratado conociendo mis limitaciones médicas quedándome allí o luchar por mis sueños.
- Verme asediada por unas funciones que no me satisfacían o aspirar a más.
- Agachar la cabeza cuando se me ordenaba o levantar la barbilla y expresar mis opiniones.
- Ganar lo que ganaba o luchar por lo que sabía que valía.
- Callar mi sabiduría o demostrarla.
- (...)
La elección fue fácil: MI FUTURO, en letras mayúsculas, en negrita y con luces de neón alrededor. Pese a quien le pese.
Una persona muy cercana a mí, me dijo hace muchísimo tiempo: "Si tú no te valoras, ¿quién esperas que lo haga?". ¡Qué razón tiene!
Respondiendo a otra de vuestras demandas... Sí, escribo. Soy escritora y a mucha honra. Escribo porque me gusta. Escribo porque tengo un don. Escribo porque me desahoga. Escribo porque me apetece. Escribo porque puedo. Todo, absolutamente todo, lo que escribo es por pura propensión.
Si alguien se siente identificado positivamente con alguno de mis post, bienvenido sea. Si alguno se siente particularmente ofendido con otro de ellos, es pura casualidad (o quizás su conciencia le esté jugando una mala pasada que a mí no me compete, ¡quién sabe!).
Mis entradas no están escritas para "atacar" a nadie ni para desmerecerla, nada más lejos de la verdad. Simplemente, son desahogos, pensamientos, ideas de mí misma y de personas cercanas a mí desarrolladas con todo el cariño del mundo.
¿Me da miedo que alguien que me conoce lea lo que escribo? No. De ser así, no lo haría o no lo publicaría. Todo lo que he escrito a lo largo de mi vida (y llevo muchos años haciéndolo), lo he hecho con conocimiento de causa, sin esconderme y con la barbilla bien alta. Es más, muchas de las cosas que he escrito se las he expresado con palabras a los propios interesados. Decir adiós a tu empresa con uñas rojas es un claro ejemplo de ello.
Algunos de vosotros, dos personas en concreto que no voy a citar amparándome en el derecho a la intimidad que defiende nuestra Constitución, me habéis preguntado si en algún momento me he arrepentido de haber aceptado el puesto en aquella empresa. La respuesta es no. Rotundamente. De todo se aprende algo y de mi permanencia allí me llevo muchas lecciones que atesoro y aplicaré, seguro, en mi futuro.
Y la pregunta del millón, la que muchos me habéis hecho por los distintos medios: ¿me pinto las uñas de rojo siempre que tengo una reunión o cita importante? La respuesta es no. Cuando hablaba de uñas rojas, lo hacía metafóricamente; igual que cuando hablaba de engranajes, tuercas y tornillos. Sin embargo, reconozco que me ha enorgullecido hasta lo innombrable el hecho de que algunos de vosotros me hayáis confesado que habéis acudido a encuentros importantes, después de la publicación de Decir adiós a tu empresa con uñas rojas, con las uñas pintadas de ese color. Me congratula enormemente, de verdad, y me anima a seguir escribiendo, además.
Gracias, muchas gracias. Por leerme, por seguirme, por preguntar por mí, por ser curiosos, por querer saber el porqué de mis palabras, por todo,... Mil gracias de todo corazón. ¡GRACIAS!
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