lunes, 17 de marzo de 2014

Infancia desconocida

 
Es curioso el recuerdo que tengo de mi infancia. Las amistades, los juegos, las travesuras, las risas,... Sobre todo, eso: risas. Y me sorprende la gran diferencia que hay con la infancia de los niños de hoy en día, que juegan en silencio, absortos en sus pantallitas de lcd y con una agilidad en sus dedos pulgares que llega a resultar abrumadora.

 
Yo recuerdo que jugaba a la comba, a las estampitas, a los "bonis" (aquellos alfileres con cabeza circular de colores),... Pero, sobre todas las cosas, recuerdo cómo cantaba junto a mis amigas como una posesa por las calles de Madrid, en plan Grease amateur. Recuerdo mi risa: constante, fresca e inocente. Y recuerdo divertirme con apenas nada: dibujaba con la intención de vender mis obras de arte, cantaba para escuchar mi voz estridente imaginando ser una famosa estrella de pop, me escondía en sitios inverosímiles donde nadie me encontraba... Y, ante todo, era feliz, muy feliz.
 
 
La imaginación de los niños de mi época no conocía límites. Convertíamos un palo en una varita mágica de princesa, un puñado de hojas en un montón de pétalos de rosa, y organizábamos una merienda con té y pastas que eran la envidia de cualquier inglés que se precie. No nos costaba nada inventar un nuevo juego con reglas absurdas y dispares. Y no nos costaba nada aprender las reglas del juego inventado por nuestro amigo más fiel. Nuestra infancia consistió en eso: inventar, aprender y jugar.
 
Hoy, en cambio, esa parte imaginativa tan fascinante de la persona se ha perdido con el pasar de los años. Hoy en día, los niños no valoran un solo juguete que no cante, no se ilumine o no haga piruetas. Como parece que tampoco pueden prescindir en sus cortas vidas de los absorbentes videojuegos. Una vida sin televisión y sin PlayStation no parece tener sentido para ellos. ¡Es absurdo!
 
 
Invoco a todas las madres y padres del mundo a ENSEÑAR a sus hijos a jugar. Les animo a coger palos, chapas y canicas y a jugar con ellos un par de horas dejando volar su imaginación. ¡Les sorprendería lo que iban a descubrir de ellos mismos y de la sangre de su sangre! No van a quedar impasibles, de eso estoy segura.
 
¿Qué? ¿Se atreven?
 
 

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