En algún momento, todos hemos tenido que asistir a alguna celebración, junto a nuestra familia o nuestros amigos, que no hemos podido eludir pero que, en circunstancias diferentes, no tendríamos en nuestras agendas.
Y a pesar de los sustanciosos motivos que nos dificultan disfrutar de ese evento como se merece, cuando se va acercando la fecha, no podemos si no echarnos las manos a la cabeza porque, de un modo u otro, desearíamos que ese acontecimiento no estuviese marcado con un rotulador rojo intenso en nuestro dietario, indicando clara e inconfundiblemente que es "ineludible".
Y a pesar de los sustanciosos motivos que nos dificultan disfrutar de ese evento como se merece, cuando se va acercando la fecha, no podemos si no echarnos las manos a la cabeza porque, de un modo u otro, desearíamos que ese acontecimiento no estuviese marcado con un rotulador rojo intenso en nuestro dietario, indicando clara e inconfundiblemente que es "ineludible".
Y no es que no queramos asistir (que a veces sí es así), sino que las circunstancias que lo rodean no son las más apropiadas en ese momento.
De nada sirve tener marcado ese día como sagrado si, a medida que nos vamos acercando a esa fecha, nuestra vida se va complicando irreversiblemente y nuestros problemas van aumentando a un ritmo incesante.
No es una obligación asistir a este tipo de celebraciones pero, a veces, nos lo replantean de tal manera que no tenemos más opción que asistir si no queremos ser desheredados por nuestra familia o expulsados de nuestro grupo de amistades. Y es que nos exigen más de lo que podemos dar.
¿Y para qué? ¿Para qué sacrificar nuestros sueños, nuestras luchas o nuestras obligaciones? ¿Para hacer un poco más feliz a alguien que queremos? ¿Y tiene que ser precisamente ese día? ¿No pueden ser tres meses después? ¿Acaso esa persona va a ser infeliz porque no vayamos?
A ver, chicos, ¡tenemos vidas! Y sé que todos nosotros tenemos preocupaciones, deberes y obligaciones. Y por ello no podemos paralizar toda nuestra vida durante veinticuatro horas por un día marcado en rojo en nuestro calendario. Simplemente, no podemos.
Pero sí: OS QUEREMOS. Y, precisamente porque os queremos, os vamos a dedicar seis u ocho horas ese día, porque sabemos que es un gran acontecimiento y también sabemos que es muy importante y especial para vosotros. ¡Y el sacrificio merece la pena!
Pero tened paciencia. Recordad que hemos dejado de lado nuestra vida, que también es importante, y en estos momentos complicada, porque sabemos que queréis que estemos ahí, a vuestro lado. Y también por ello intentaremos dar el doscientos por cien de nosotros.
Ahora bien, yo me pregunto: ¿tendré yo la misma consideración con mi familia o mis amigos si el acontecimiento fuese mío, si los problemas o las complicaciones fuesen suyos? Con esa duda me quedo... aunque la respuesta es bastante clara y sencilla: ¡por supuesto! (¿o no?)
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