Seguro que todos, o casi todos, habéis perdido de una u otra forma a alguien alguna vez: por fallecimiento, por accidente, por desamor,... Y da igual cómo lo hayas hecho, si ha sido inesperado o esperado, o si buscado o encontrado, el resultado siempre es el mismo: el dolor.
El dolor es un sentimiento que a nadie le gusta; duele, es incómodo y molesta. No necesitamos de él para comprender una verdad. Ni si quiera lo necesitamos para saber lo obvio: si tocamos fuego, nos quemamos. Y eso duele. Duele mucho. Entonces, ¿por qué tocamos el fuego?
Los humanos somos una raza falta de investigación. Nuestro raciocinio está perpendicularmente opuesto a nuestra pasión... y eso nos crea problemas.
El hecho de saber que el fuego quema, no nos impide tocarlo. Su color, su danza hipnotizadora, su magia,... nos atraen tanto que estamos tentados de tocarlo. Y lo hacemos. ¿Resultado? Nos quemamos. ¿Y por qué? ¿Para qué? Si la teoría la conocemos, ¿por qué no la ponemos en práctica?
¡Exacto! Porque somos humanos y, como tales, necesitamos sentir, vivir, experimentar, tocar,... No somos planos, así que todo lo que nos rodea, nos llama la atención en mayor o menos medida.
Por ejemplo, con diecinueve años yo me enamoré por primera vez. La experiencia era nueva, hermosa y vigorizante. Salí de una rutina que creí que me llenaba a vivir una vida de ensueño llena de amor, complicidad... y sexo. ¡Fue fantástico!
Sin embargo, eso no duró mucho. Al año y poco, me dejó. Creí que me moría. Pensé que no había razón de vivir, nada más allá de él.
¡Qué equivocada estaba!
A pesar de que el tiempo lo cura todo (ABSOLUTAMENTE TODO), mi corazón fue sanando y mi raciocinio, mi equilibrio y mi madurez, con él. No fue fácil, por supuesto, pero ocurrió.
Con el tiempo, mi corazón ya estaba preparado para enamorarse otra vez. ¡Y volví a hacerlo!
El dolor es un sentimiento que hay que saber encauzar. Unos trabajan para olvidar, otros limpian compulsivamente para no pensar, otros no entran en casa,... Pero todos, todos sin excepción, paramos alguna vez: en la cama cuando nos vamos a acostar, en la ducha, cuando escuchamos una canción determinada,... Es en esa parada cuando un resorte salta en nuestra cabeza (¡click!) y revive el dolor, una y otra vez. Como un tiovivo que se reinicia constantemente. ¡Es horrible!
Por eso, hay que saber perder, hay que saber sufrir, hay que saber LUCHAR.
Con trece años perdí a mi madre. Estaba muy enferma y la pobre no pudo soportarlo más. El dolor en mi familia fue arrollador. Nos pisoteó con tanta dureza y tanta crueldad que nos costó levantar cabeza. Pero luchamos. Cada uno a su manera, por supuesto, pero luchamos. Algunos asumimos la pérdida, la aceptamos y la maduramos. Otros, simplemente, la escucharon y la vivieron. ¿Y el dolor es diferente? No, claro que no. El dolor es dolor. Lo que para ti es insignificante, para mí es un mundo, y viceversa; pero sigue siendo dolor.
Así que, amigo, si ahora estás sufriendo, si te estás preparando para una pérdida o si la vienes venir, siéntate y piensa. Piensa qué es aquello que le dirías a esa persona, y díselo. Quizás, mañana sea tarde y no puedas. Abrígate en tu familia, tus amigos y aquellos que te quieren. Ellos sabrán arroparte y prepararte. La conversación, la risa, la distracción, es una medicina natural muy eficaz. Desahoga, alivia y sana.
No te encierres en tu caparazón y LUCHA, LUCHA CON TODAS TUS FUERZAS. Ahí fuera hay mucho mundo, muchas personas, muchos sentimientos,... que merecen la pena. ¿Te los quieres perder por una pérdida que..., bueno, ya es un hecho, ya es una pérdida?
Hay que seguir adelante que la vida nos da muchas alegrías, alguna que otra tristeza, pero siempre hay alegrías por las que seguir, así que... ¡ADELANTE!!!
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