Desde pequeñas, desde que tenemos uso de razón, nuestros padres, el mundo, lo que nos rodea, nos hacen creer en príncipes azules, zapatitos de cristal, besos cargados de magia e incluso en lámparas maravillosas que conceden deseos. Sin embargo, más allá de eso, también hay... imperfecciones que nos ocultan, maquillan o, simplemente, obvian (es más sencillo hacerlo, claro).
Pero, ¿nos enseñan así a saber enamorarnos? ¿Nos ayudan a saber distinguir príncipes azules de príncipes teñidos? Yo creo que no.
La ilusión de creer que el príncipe perfecto existe es un error. ¡Esa ilusión no existe! No hay príncipes azules ni verdes ni rojos. Ni si quiera hay príncipes. Sólo hay personas, personas con virtudes y defectos que forman un todo. Y son esas personas las que existen, las que nos rodean y las que consiguen que nos enamoremos; pero de ese todo, ese conjunto.
Por ejemplo, en el cuento de "La Sirenita", ella no deja de ser un pez. Sí, llamémosla sirena porque queda más bonito y mágico pero, al final, no deja de ser un pez. ¿Y Erik deja de amarla por eso?
En "La Bella y la Bestia", en cambio, es ella quien se enamora de un lobo gigantesco con muy pocos modales pero con un gran corazón. ¿Acaso no es capaz de ver esa ternura en sus ojos?
En "Aladdin"... Bueno, hablamos de un mendigo que es amigo de un mono que, ayudado por el destino, puede acercarse un poco más a sus sueños. Sin embargo, ni si quiera él espera enamorarse de la princesa. ¿Y ella le juzga por ser de otra clase social? ¡No! Ahí sólo manda el corazón...
En el mundo real, el que vivimos, también existen imperfecciones. Sin embargo, en nuestra niñez no nos han enseñado a aceptarlas. Nos abarrotan de películas llenas de colorido y música que no comprendemos y que nadie se molesta en explicarnos. Por eso creemos en Peter Pan, en las hadas madrinas y en hermosos vestidos de satén.
Hoy, con más de una treintena de años, puedo decir que yo sí he sabido enamorarme, y plenamente, hasta la médula. Y no gracias a Aurora, Bella, Blancanieves, Cenicienta o Ariel, sino porque he sabido comprender que, al igual que ellos (nuestros príncipes) tienen imperfecciones, nosotras (yo) también las tenemos.
Ahora, lo difícil es hacer comprender al resto del mundo que esas imperfecciones son precisamente las que diferencian a las personas, las que les hacen especiales y diferentes, las que VALEN.
Y es ahí cuando se me replantea una nueva pregunta: ¿pesan más las imperfecciones (sea cuales sean) que las virtudes, los momentos de alegría, la complicidad, la pasión, la plenitud, la seguridad,... el AMOR que hemos vivido juntos? Sí eres capaz de responder a esta pregunta con sinceridad y tu respuesta se inclina a la negativa, quizás no esté todo perdido.
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