Todavía me asombra la capacidad que tenemos las mujeres para hacer más de dos, tres o cuatro cosas a la vez... y sin estupor. ¡Y encima lo hacemos bien!
Me encontraba hoy en mi trabajo (sí, yo trabajo los fines de semana), cuando me vi obligada a llamar por teléfono a un departamento para realizar una consulta mientras me enfrentaba a la inquietante situación de estar respondiendo las preguntas que un cliente me hacía sin cesar (imaginaros la situación, porque os recuerdo que estaba hablando por teléfono con un compañero) a la par que escaneaba artículos sin parar y ojeaba con los ojos que tengo a la espalda (las mujeres estamos dotadas de ese par de ojos extras) a otros clientes que se encontraban en una situación más indefensa que el cliente preguntón. Al tiempo, y por si esto no fuera poco, mi jefa me estaba preguntando qué horario tenía yo ese día porque lo había olvidado y otra compañera me estaba preguntando al unísono cómo se realizaba una operación que ella desconocía incluso que existía (cuestión de vida o muerte, ya sabéis). Total, que me sentí como un pulpo dotado de seis, ¡no!, ocho brazos y con cuatros ojos (los que todos tenemos -o deberíamos- y los extras).
Y yo, en mi salsa. Realizando todas las tareas sin estrés y sin preocupación. ¡Un tesoro, vamos!
Eso sí, reconozco que cuando, por el contrario, casualmente el ambiente se relajó y no tenía nada que hacer (pero absolutamente nada) me aburrí como una ostra. Y es que yo estoy hecha para trabajar, ¡qué narices! Los ocho brazos y los cuatro ojos no me valían para nada. Bueno, sí, para aburrirme por octuplicado (en el caso de los brazos) y por cuadruplicado (en el de los ojos). Y yo no estoy hecha para aburrirme. Así pues, le di tarea a mi lengua y aburrí a mi compi hasta hartarme. ¡Cosas que tiene el aburrirse! Mal de dos, consuelo de tontos (o creo que eso dicen).
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