domingo, 3 de agosto de 2014

Enzo Ferrari, velocidad punta peligrosa

 
De niña, mi padre me comparaba con un Ferrari; uno de esos coches superdeportivos que pasan de cero a cien en cuestión de segundos. Decía que mi carácter y mi genio eran igual. Pasaba de estar sosegada y tranquila a sentir arder mi rostro en cuestión de milésimas. ¡Y cómo me encendía!
 
La sensación de sentir latir mi corazón con fuerza, tronando tan fuerte como el péndulo de un enorme reloj, y enrojecerme, mordiéndome la lengua para no sucumbir a la estupidez humana, me delataban rápidamente. Y es que a veces no puedo remediarlo...
 
 
No soporto que se me falte al respeto bajo ninguna circunstancia pero, sobre todo, no lo soporto en mi trabajo. Que ignoren mis indicaciones (indicaciones que mi empresa exige), pase. Que se hagan los sordos cuando les estoy hablando a apenas medio metro de distancia, pase; hay muchas personas que sufren problemas de sordera real y no soy capaz de distinguirlas. Que ni me miren cuando les estoy hablando, puede pasar; por desgracia, hay muchas personas que carecen de educación y comportamiento social. Pero que me griten, me monten un espectáculo y encima me amenacen reiteradamente con ponerme una reclamación que, por supuesto, les animo a hacer, no lo paso.
 
 
Y es que estamos llegando a unos tiempos en que, al parecer, todo vale. Y no, señores, no todo vale. Yo estoy realizando mi trabajo y lo hago bien. Y se me ha de respetar por ello.
 
En mi empresa, como en todas, se exigen una serie de normas que, como cliente, has de cumplir. Y para eso estamos mis compañeros y yo, para ayudarte a ejecutarlas. Y nos es imposible hacerlo si no nos escuchas, nos ignoras y encima te enfrentas a nosotros.
 
 
Es increíble la facilidad que tienen algunos especímenes de raza humana para hacerte quedar como un auténtico gilipollas; impotente, pequeño y totalmente vejado. Porque es así como me he sentido hoy. Y es que incluso me he visto obligada a llamar a los de seguridad porque, os lo prometo, juraría haber visto espuma blanca salir de sus bocas cuando me increpaban con tanta insolencia.
 
 
Gracias a dios, mi empresa cuenta con unas normas de seguridad de exigido cumplimiento. Y, además, cuenta con el factor "apoyo humano laboral". Y sí, lo reconozco, he podido empezar a relajarme en cuanto han venido a escudarme (ni si quiera recuerdo haber estado aguantando la respiración hasta que he liberado el aire de mis pulmones).
 
Pero también os digo que la rapidez con la que paso de cero a cien no es ni de lejos inversamente proporcional a la velocidad con la que paso de cien a cero porque, entre otras cosas, los frenos ya los tengo un poquito desgastados... y frenar, cuesta. A ver si voy al taller y me hago con unos nuevos, que nunca está de más tenerlos. Porque sí, yo soy de esas personas que frenan. ¡Y muy orgullosa que estoy!
 
 
Sólo espero que la próxima vez me pillen con la revisión pasada y a punto, que no es muy profesional ponerme roja como un tomate delante de los clientes.
 

2 comentarios:

  1. Jajaja. Todos nos ponemos rojos, así que tranquila.
    Pero sí, es cierto que es difícil hacer tu trabajo cuando hay alguien que ni te escucha ni quiere hacerlo y que él y su teoría y sus palabras van por encima de todo. Ánimo!!!

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  2. Paciencia, es lo que nos queda. ¡Gracias por tu comentario!

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