Tener perro en casa requiere una gran responsabilidad. Pero si, como en mi caso, tienes más de uno, ¡es una auténtica locura!
Desde chiquita siempre me habían hipnotizado estos animales peludos. Me parecen divertidos, te ofrecen compañía y, además, aportan infinidad de beneficios; aunque, como en todo, son obligatorios unos conocimientos mínimos (y algo de sentido común) para poder hacerte con ellos.
En mi caso, desde que tengo perros, apenas salgo arreglada a la calle. Los tacones, las faldas y aquellos andares sexys que tanto me caracterizaban quedaron obligatoriamente olvidados.
La última vez que salí divina de la muerte a pasear a mis perros, caí de culo en un charco de barro, con los pelos semejando una mofeta mal colocada en mi cabeza y sin el zapato del pie izquierdo. Esta desagradable situación me obligó a comprar una veintena de chándales y unas deportivas resistentes a cualquier circunstancia que, lo confieso, no consiguen hacer parecer sexy ni a la mismísima Jennifer López.
Mis perros son la alegría de la casa. Y he de reconocer que, gracias a mi chico, la convivencia es más fácil. El hecho de que sea educador, adiestrador, instructor, monitor y etólogo canino (todo junto) facilita mucho las cosas. Bueno, se las facilita a él porque los perros deben saber cómo comportarse con él y se les debe olvidar conmigo.
Por ejemplo, él saca a los perros y les deja correr, jugar y divertirse. Les llama y vienen. Les dice que se sienten y se sientan. Les dice que se queden quietos y lo hacen.
Yo, en cambio, les saco a la calle y les dejo correr, jugar y divertirse, pero a mi costa. Les llamo y me ignoran. Les vuelvo a llamar y ni me miran. Me desgañito a grito "pelao" y sólo consigo que levanten la cabeza, me miren y piensen "qué pesada la tía ésta" (o eso es lo que creo yo), pero no vienen. Cuando lo hacen es porque quieren volver a casa, no porque yo se lo ordene.
Y para darles la comida es otra odisea. Es como ir a un baño público en un macro-concierto: no te apetece nada pero tienes que hacerlo porque no puedes retrasarlo más.
Con mi chico, se sientan y esperan la orden de "ya podéis ir cada uno a vuestro plato y comer".
Conmigo, no paran de moverse, de ladrar y de asomar la cabeza al bidón de pienso. Y, cuando después de diez minutos, consigo que cada uno esté concentrado en su comida, empiezan las discusiones. Como uno termina siempre más rápido que los demás, se va al plato del de al lado, ¡a ver si "pilla" algo! Y éste le gruñe, claro. Y pasa al siguiente plato, y otro gruñido. Y así hasta que se va escarmentado. Y yo también, claro, porque me han esparcido bolitas de pienso por toda la cocina. Que parece que más que perros, tengo gallinas.
Sin embargo, he de reconocer que estoy empezando a "llevarme bien" con ellos. Ya me dejan sentarme en la esquinita del sofá. Y no como antes, que veía la tele desde el suelo. Y eso ya es un gran paso, ¿no?
Si es que cría perros y.... jajaja.
ResponderEliminarDisfrútalos que son la alegría de tu casa (sin mencionarte a ti y a tu chico, claro!)
¡Cómo lo sabes!
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