jueves, 30 de octubre de 2014

Confesiones de una amiga

 
Cuando una amiga te llama e insiste en quedar contigo para tomar café, merendar o compartir unas pocas horas juntas es que algo quiere contarte. Pero cuando esa misma amiga, además, se convierte de la noche a la mañana en tu propia sombra, en todos los sentidos, literalmente, es que lo que quiere confesarte, aunque ella lo niegue, es realmente alucinante. ¡Un auténtico bombazo!
 
Pues bien, así empieza mi historia...
 
Últimamente, y ante los ojos de todos, parezco huraña y misántropa pues, aislándome por propia voluntad del mundo vivo que me rodea, me dejo atrapar por mi portátil y durante innumerables horas, que a mí me parecen pocas, me dedico a aporrear el teclado con ensimismamiento como si, fuera de él, no existiese nada más.
 
Embaucada por lo que leo y escribo, que es mucho, no percibo que a mi alrededor suceden cosas y enganchada como me encuentro en esta máquina infernal no soy consciente de estar perdiéndome algo, lo que es un error; obvio.
 
 
Ayer, o quizás fue antes de ayer, recibí una llamada de mi amiga. ¿O fue un mensaje? No sé, no lo recuerdo muy bien. El caso es que venía a decirme que quería quedar conmigo para desayunar o merendar juntas y recordar viejos tiempos. ¡Excusas! Quería contarme algo, seguro.
 
Organizando mi agenda, últimamente una locura de agenda, acordé quedar hoy. Concretamente, esta mañana. El plan era desayunar juntas y... Bueno, ya me contaría lo que me tuviese que contar, porque lo haría. De eso estaba segura.
 
Así pues, la recogí en su casa, nos fuimos a Ciudad de Barcelona, aparqué el coche y nos fuimos a la primera cafetería que nos pareció aceptable. Realmente, nos fuimos a la primera cafetería que vimos. ¡Para qué engañarnos!
 
 
¡Y boom! ¡Me lo soltó! ¡Está embarazada! ¡Qué guay! ¡Mi amiga embarazada! Aunque sentí una punzada de celos, completamente sanos, me alegré (me alegro) muchísimo por ella. ¡Cómo no iba a hacerlo! ¡Es una de mis mejores amigas! ¡Y está embarazada! ¡Qué ilusión! ¡Iba a ser tía!
 
La abracé, la besé, la apachurré. Explicar mi emoción con palabras es inútil. No tengo forma de describiros cómo me sentí. Es indescriptible.
 
Sin embargo, sí he de confesaros que la tengo envidia. Esta declaración es una de esas noticias que siempre esperas recibir de tus seres queridos pero que, en el fondo, también deseas para ti. Es como cuando te dicen "me han subido el sueldo", que dices: "Qué guay, enhorabuena", pero estás pensando "jo, con lo que yo me mato a trabajar, anda que me lo suben a mí". O como cuando te dicen "me ha tocado la lotería", que dices: "genial, para tapar agujeros", pero realmente piensas: "anda que me toca a mí. Con lo bien que me vendría".
 
No es que la noticia me entristezca. ¡Al revés! ¡Me hace inmensamente feliz!, pero no puedo evitar sentir una pequeña punzada de celos porque, en el fondo, me gustaría ser yo la afortunada que fuese madre, la bienaventurada que esté viviendo todo lo que ella está viviendo en estos momentos y la agraciada que acogería entre sus brazos al bebé más esperado del mundo el día que naciese.
 
Y aunque he soñado tantísimas veces con estar en su lugar y vivir una experiencia tan irrepetible como la de ser madre sé que, en el fondo, ese momento también me llegará a mí y lo disfrutaré con la misma intensidad y alegría con la que lo está disfrutando ella, porque ser madre es una de las pocas cosas que las mujeres podemos vivir con intensidad desde el principio hasta el final. Y ese maravilloso camino es completa y absolutamente nuestro. Ellos sólo tienen que soportar nuestros cambios de humor, nuestras piernas hinchadas y nuestros antojos, ¡que para eso son los padres!
 
¡Enhorabuena, pequeña! ¡Me has hecho inmensamente feliz! ¡TE QUIERO!
 
 

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